Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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Vicios privados, virtudes públicas

Algunos se han saltado el confinamiento para hacer fiestas, echar un polvo o ir a buscar drogas mientras acusan a otros por las redes sociales. La hipocresía es una excelente virtud política

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Manuel Garrido. 47 años, padre de dos hijos de 11 y 2 años. Doctor en el centro de atención primaria en la calle Alameda de Madrid. El mismo centro que me lleva atendiendo desde hace 18 años. En el que prácticamente todo el personal se contagió

Falleció a los 47 años, víctima de coronavirus.

Yo sé que cuando alguien fallece lo suyo es decir que era una buenísima persona y omitir su defecto bajo un piadoso velo de olvido. Pero en este caso era verdad. Manuel era una buenísima persona. Que eligió su carrera, precisamente, debido a su bondad.

Algunos de mis examigos se han saltado el confinamiento, para hacer fiestas, para echar un polvo, para ir a buscar drogas. Quizá el caso que más me ha chirriado ha sido el del famoso periodista que se pasa el día en Twitter atacando a la derecha que se ha saltado el confinamiento y del que sé de buena tinta, porque es mi examigo, que iba y venía de casa de su novieta. Y es que por una parte no le gusta estar solo, pero por la otra tampoco esta tan enamorado como para aguantar a su chica 24/7 durante tres meses. Ya ven: la hipocresía es un vicio privado, pero una excelente virtud política.

Habrán Vds. reparado en el detalle de que les llamo «examigos». En la última discusión les dije que al menos los que se manifestaron en Núñez de Balboa eran claros al respecto, que no mentían. No contaban una cosa en público y luego hacían otra en privado.

Tachar nombres de la lista de contactos

Esther y Miriam siguen contándose entre mis amigas. Pero ellas también han tenido que tachar nombres de su lista de contactos. Nombres de examigas que les decían «no te quejes tanto de la falta de recursos ni de los recortes en sanidad, porque al fin y al cabo es tu trabajo y debes estar al pie del cañón, que para eso a nosotras nos descuentan en la nómina lo de la Seguridad Social». 

Hoy miércoles, día en el que escribo este artículo, he leído un sinnúmero de titulares que repiten una y otra vez el mismo error: el Premio Princesa de Asturias ha sido concedido a los sanitarios en primera línea contra el coronavirus. Pues no. Ha sido concedido a los y las profesionales sanitarios, porque el 70% de esas personas son mujeres como Esther y Miriam.

A día de hoy en los hospitales en los que Esther y Miriam trabajan hay pocos casos de covid, pero personas que se tenían que haber operado de enfermedades graves se van a intervenir ahora, tarde. Pacientes crónicos como yo se reagudizan y se hacen más complejos. Pacientes que habíamos mejorado (como yo) hemos vuelto a la casilla de salida, por así decirlo, tras tres meses sin tratamiento.

Esther y Miriam, tras todo lo que han vivido, sufren depresión y ansiedad. Pero les toca seguir. Y con sobrecarga de trabajo.

El único egoísmo posible

Esther me cuenta que la crisis del coronavirus ha abierto también una crisis en su familia extensa, porque se niega a perdonar, porque no va a volver a pasar unas Navidades, una Nochevieja, con la cuñada o el primo que le llamaron exagerada cuando les recriminó que se hubieran saltado el confinamiento. Los mismos que montaron paellitas en el jardín y que ahora, en fase 1, tienen las santas narices de decir «no te invitamos al cumpleaños de la yaya porque puedes contagiarla».  O con la sobrina del pirsin que subía 'stories' en el Instagram haciendo barbacoas con unos amigos, en una terraza que no era la de su casa.

Esther y Miriam, todos nosotros, viven, vivimos, rodeadas de egoístas, pero Esther y Miriam, inasequibles al desaliento, creen en el único egoísmo posible:  el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor. 

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