ANÁLISIS

Recuperando un peculiar sentido de Estado

Es incomprensible que un partido de gobierno, como el PP, no entienda que, en ciertas cuestiones, los intereses generales se sitúan por encima del «cuanto peor, mejor»

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Jordi Alberich

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La actitud del Partido Popular, más o menos explícita pero evidente, acerca de la posición ante la Unión Europea, me traslada a episodios similares del pasado y, lo peor, amenaza con ensombrecer aún más nuestro horizonte político.

En concreto, la iniciativa de emisión de 750.000 millones en deuda de la UE, constituye una excelente noticia para los intereses generales de España y, a su vez, representa un avance muy notable en la consolidación del proyecto europeo. Unos fondos que, principalmente, deberán orientarse a reconstruir el tejido productivo castigado por la crisis. Una excelente noticia para nuestra economía y sociedad.

Afortunadamente, se ha impuesto la racionalidad, al asumir que, de otra manera, el mercado único europeo, que tanto beneficia a los países centrales de la Unión, podría saltar por los aires. A dicha sensatez, también habrá contribuido el aún reciente recuerdo de las aciagas consecuencias de la débil y tardía respuesta europea a la crisis financiera de 2008. Sin embargo, desde las filas populares, no pueden disimular su incomodidad pues, lo suyo, sería que Europa nos escarmentara con una intervención en toda regla.

Sencillamente incomprensible que un partido de gobierno, que ha presidido el país durante cuatro legislaturas, no entienda que, en ciertas cuestiones, los intereses generales se sitúan por encima de esa dinámica destructiva del «cuanto peor, mejor».

Uno puede indignarse, pero, los que ya tenemos una cierta edad no podemos sorprendernos, pues estamos ante actitudes que ya se dieron en otros momentos muy determinantes. Así, en 1986, con ocasión del referéndum sobre la permanencia en la OTAN, que simbolizaba el encaje definitivo de España en el mundo abierto y democrático, y como castigo a la posición de un PSOE mutante pero coherente con las dinámicas políticas de las décadas precedentes, los populares de Manuel Fraga optaron por ir a la contra, pese a ser g defensores del vínculo atlántico. Lo mismo sucedía en el mundo económico, donde solo el Círculo de Economía, con Enrique Corominas al frente, pidió, con acierto, el voto favorable.

Nuevamente, hace una década, en los momentos más dramáticos de la crisis del euro, en que nuestra permanencia en la misma moneda única requería de la inevitable aprobación del techo de deuda, fue CiU, especialmente los de Durán Lleida, los que con su abstención evitaron entrar en paraderos tan desconocidos como dramáticos. La aspiración de los populares era la caída del gobierno socialista, al precio que fuera.

Por encima de las legítimas confrontaciones partidistas, hay momentos determinantes en que se debe poner a prueba lo que viene a llamarse el sentido de Estado. Las circunstancias de hoy demandan el máximo compromiso de los partidos políticos con la posición española ante la Unión Europea y su propuesta de deuda mancomunada. De ella dependemos, hoy, en muy buena parte, ciudadanos y empresas. Ya llegará el momento en que nos corresponda premiar o castigar en las urnas.

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