Análisis
Recuperar la libertad perdida
La Comisión se ha propuesto recomponer de forma ordenada el desmontaje de la libre circulación. No será nada fácil, pero la UE se juega mucho en probar ahora su eficacia
Carlos Carnicero Urabayen
Periodista.
Llegó la locura del covid-19 y arrasó con todo, incluida la libertad de circular libremente por Europa. El tsunami sanitario y económico situó al mando de nuestras vidas como nunca antes a los lideres nacionales, parapetados en científicos, equipos sanitarios y fuerzas de seguridad. La Union Europea quedó desbordada, sin competencias en salud e irónicamente capitaneada por Ursula von der Leyen, médica de formación. <strong>Bruselas pide paso ahora para recuperar la libertad perdida.</strong>
Sin coordinación y sin avisos, el virus produjo un efecto cascada de cierres de fronteras en los países europeos. De la noche a la mañana, la libertad de moverse sin pasaporte dentro de la zona Schengen quedó anulada; un desmontaje de la libre circulación que ahora la Comision se ha propuesto recomponer de forma ordenada. No será nada fácil, pero la UE se juega mucho en probar ahora su eficacia; la libertad disfrutada se daba por descontado, pero cuando falta es tentador buscar culpables.
La presión para abrir las fronteras es enorme. La pandemia parece contenida. Las vacaciones de verano están a la vuelta de la esquina y el insólito encierro que hemos vivido multiplica los deseos de muchos de poder reencontrarse con amigos o familiares en unos desplazamientos que hasta hace poco eran pura rutina. Por otro lado, está la gravísima crisis del sector turístico, pieza clave de algunas economías de la UE, cuyo peso roza el 10% del PIB europeo y da trabajo al 11,2% de la fuerza laboral. Su crisis es existencial para muchos negocios.
España e Italia, que además de ser los países más afectados por el virus dependen también en gran medida de este sector (14,6% y 13% de sus PIB respectivamente) han pedido por carta a la Comisión que coordine la reapertura sobre la base de “criterios epidemiológicos, comunes, claros y transparentes”. El riesgo de una escalada de acuerdos bilaterales generaría confusión entre los ciudadanos y abriría la puerta a situaciones discriminatorias.
El ejemplo de Suecia evoca el caso más drástico sobre las dificultades de rearmar el puzle de libertad en Europa. Tomó un camino radicalmente distinto al resto, apostado por un contagio teóricamente controlado – ahora desbordado - y puso en marcha el régimen de confinamiento más laxo de todos. El número de victimas sufrido en considerablemente mayor que el de sus vecinos (que sí apostaron por el cierre). Ahora Dinamarca y Noruega han abierto sus fronteras entre ellos, pero se niegan a abrir las puertas a Suecia.
La cuestión de la libertad en Europa no termina en la apertura de fronteras. Cabría esperar de los europeos coordinación para garantizar la seguridad basada en criterios homologables dentro de los 27 países de la UE. Desde los viajes en avión a los protocolos en los aeropuertos, pasando por los espacios en las playas o la logística en bares y restaurantes. De igual modo, cabría esperar mecanismos comunes para la trazabilidad del virus y un sistema de alertas compatible en forma de aplicaciones móviles.
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