Análisis
La línea Marlaska
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
Antón Losada
El pleno del miércoles no será recordado como la última sesión donde se votó el estado de alarma, sino como la primera sesión de la nueva legislatura que trae la famosa nueva normalidad. Ya no había lío con la prórroga y la alarma la provocaba el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.
Con las matemáticas de la vieja legislatura en la cabeza, entre la cuarta y la quinta prórroga de la alarma, el Partido Popular dio por descontado al Ejecutivo y por seguras y próximas las elecciones. Su mayor preocupación fue recuperar la ventaja que le sacaba Vox en su relato electoral de heroica oposición al gobierno rojosatánico. El giro estratégico de Ciudadanos y el primer acuerdo con Bildu han cambiado radicalmente las matemáticas de los pactos y han alumbrado otra legislatura con bastantes posibilidades de durar. Lo sabía Pablo Casado, que nos endosó su enésimo ensayo de moción de censura hasta llevarnos al climax de presentar a <strong>Diego Pérez de los Cobos </strong>como la enésima víctima del pérfido Pedro Sánchez. Lo sabe el líder de la ultraderecha, que incluso resucitó a la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, convencido de que la España de la pandemia y los ERTEs sigue angustiada por su escala en Barajas. Lo saben los nacionalistas vascos, que prefirieron asegurar su posición de socios indispensables y no darle otra oportunidad a Bildu para disputársela. Lo saben ERC y <strong>Gabriel Rufián</strong>, a quien se vio muy consciente de que su decisión ya no es si permite o no la legislatura; ahora debe elegir entre jugar en la centralidad o disputarle las esquinas a JxCat y la CUP.
Si aún transitásemos por la vieja legislatura, nada ni nadie habría salvado a Marlaska. A meses de unas probables elecciones todos sus relatos acababan con una dimisión. Si fue una crisis de confianza, culpable por su nefasta gestión de los tiempos y mantener la fe en el coronel De los Cobos tras su contradictorio testimonio en el juicio al 'procés'. Si pidió conocer el informe, culpable por saltarse la separación de poderes y por inútil en el arte de la interceptación. Si lo cesó por las filtraciones, culpable por engrandecer un informe tan chapucero como aquellas superproducciones de la “banda patriótica” que anidaba en el anterior Ministerio del Interior y que se desacreditaba solo, igual que sus autores.
A Marlaska le ha salvado que empieza una legislatura nueva y el presidente ha aprendido la lección de la vieja. No puedes entregar la primera cabeza que te piden si pretendes durar. Sánchez puso pie en pared y contraatacó con el inagotable filón de los trapos sucios del ministro Jorge Fernández Díaz. A ninguno de sus socios le interesa hurgar en esa herida. No le conviene a los vascos, mucho menos a los catalanes y tampoco a unos naranjas muy cómodos en su posición de socios disponibles. El no cese de Marlaska se ha convertido en la línea Maginot de este ejecutivo. Igual que el gobierno francés de la época, parece convencido de que resulta infranqueable. La nueva normalidad dirá.
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