ANÁLISIS BLAUGRANA

El negocio de los sentimientos

Jóvenes seguidores del Barça.

Jóvenes seguidores del Barça. / periodico

Sònia Gelmà

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La primera vez que fui al Camp Nou era ya adolescente. Aún recuerdo la impresión que me produjo la inmensidad del estadio desde esa segunda gradería del Gol Nord. Era un Barça-Atlético de Madrid. Una experiencia inolvidable que viví gracias a que el cuñado de una amiga no utilizaba sus carnets de socio y nos los dejó. Esa era una tradición muy habitual en los noventa, cuando el concepto “glocal” nos hubiera parecido una marca de dentífrico.

Pero lo local ahora no basta, el Barça necesita ser el club de los mil millones de euros para poder pagar los salarios de los futbolistas. Y para ingresar esa ingente cantidad de dinero ha tenido que escudriñar todas las fuentes de ingreso posibles.

La venta de entradas es uno de esos manantiales. Por eso hace años que vende el mismo asiento dos veces. Una reventa pero legal, porque es el mismo club quien la hace: lo que conocemos como el Seient Lliure. Una idea rentable que soluciona dos problemas en uno, aumenta la asistencia de público y consigue de paso más dinero.

Un instrumento comercial

El método se ha consolidado y el socio ya se ha acostumbrado a gestionarlo. El abono ya no es aquel asiento que dejaban al vecino cuando no podían ir al estadio, ahora es un instrumento con el que comercian para rebajar el coste de su entrada al campo. Sale ganando el socio y sale ganando el club, encantado con incentivar su uso.

Las arcas del club lo necesitan y esta vía permite, entre otras cosas, mantener el abono como uno de los más económicos de los grandes clubs europeos, algo que siempre gusta recordar a los gestores. El abono no se toca desde hace años porque aquel dirigente que ose subirlo recibirá peticiones de dimisión mayores que las que provocó el Barçagate –por cierto, ¿se acuerdan de aquello? Fue hace unos meses pero la pandemia ha arrasado también con eso, y con la respectiva auditoria, al parecer.

Un parque temático

El Camp Nou se ha vuelto un parque temático con una amplia presencia de turistas que pagan su entrada para ver el Museu y el estadio, compran camisetas en la Botiga y acaban el día presenciando un partido de Messi. Ah, y no se traen el bocadillo de casa sino que consumen butifarras a precio de producto gourmet. Del socio, lo que se espera es que se enorgullezca de la modernidad de su club y deposite su voto cada seis años en una urna.

Así que de pronto, tras años de un modelo en que el abono es algo así como una visa de débito, ahora el Barça le rogará como primera idea que renuncie a la compensación por los partidos que no podrá ver. Porque ahora es cuando conviene recordarle al socio que es propietario, esa idea más romántica que práctica. Veremos si tiene éxito apelar al sentimiento cuando el negocio le ha convertido en cliente.