LAS TRINCHERAS DE LA PRENSA
Políticos señalando a periodistas
Antes se atacaba al informador en los despachos, pero este 'savoir faire' desapareció con las tertulias de la tele y las redes sociales
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Juan Soto Ivars
Se ha puesto de moda que los políticos populistas conviertan a algunos reporteros en el blanco de sus ataques. El sábado, Vox señaló en Twitter a Diego Fonseca, residente en Catalunya y autor del artículo de opinión de 'The New York Times' que algunos han confundido con el editorial, como si los periódicos dieran su opinión por boca de sus columnistas. En esta fea costumbre, Vox empieza a ser más aficionado que reincidente.
Hace unos días, como no les gustó el reportaje que 'El País' hizo de su manifestación motorizada, publicaron la foto del autor con la excusa de que iba sin mascarilla. Y no son los únicos: la semana anterior había sido Pablo Echenique el que mostraba la foto de un colaborador de 'OkDiario' y lo tildada de "sicario mediático".
Veréis: yo no soy en absoluto corporativista. Que los políticos tengan una mala opinión de algunos profesionales está muy justificado: de hecho, una parte de la prensa hace un trabajo tan espantoso y marrullero como los habitantes del Congreso. Hay líneas editoriales que recuerdan más a la prensa deportiva que a la antes llamada seria, y en casi todas las cabeceras proliferan firmas de guerrilla que se benefician de la crispación social.
Se confunde la empresa con el profesional
Cuando la prensa acostumbra a la ciudadanía a un periodismo forofo, no es justo llorar si un hincha acaba pegándote un botellazo. Pero el problema es que las hordas –y en Catalunya lo sabemos muy bien– no distinguen entre el logotipo del micrófono y la persona que lo tiene en la mano. Se termina atacando al periodista como si fuera su empresa, y luego pasa lo que pasa. En las manifestaciones de Vox se vieron insultos y golpes. Recibió hasta el de 'La Razón'.
No hace demasiado tiempo, los políticos españoles mantenían el decoro en este sentido. Muchos detestaban a la prensa, pero observaban ciertas normas de etiqueta. El político atacaba al periodista en los despachos, incluso pedía su cabeza, pero en público parecía que negarle la palabra en una rueda de prensa fuera la señal más visible de hostilidad. Pero este 'savoir faire' se fue al cuerno con las tertulias de la tele y las redes. Como decía hace poco la veterana Lucía Méndez, en esos ámbitos se ha terminado confundiendo al político y el informador.
Políticos y periodistas empezaron tuteándose y hoy nadie sabe dónde tiene que sentarse. No pasa solo en España. Donald Trump protagoniza cada semana varios enfrentamientos con los reporteros y los vapulea en Twitter. Sus ruedas de prensa se han convertido en duelos que se viralizan, pero un puñado de cotorras con micrófono no tiene la fuerza de un presidente, por más que alguna pueda darle un zasca. No están al mismo nivel.
Si esto se olvida y el político ataca al periodista como a un igual, hemos dado un paso más hacia la tiranía. Puede que sea el periodismo quien debe dar un paso atrás, no lo sé. Quizá: alejarse de las apetecibles trincheras que excavan los populistas y que no son otra cosa que la tumba de la credibilidad de la profesión y un traspié para el derecho del ciudadano a una información veraz.
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