LOS DISTURBIOS RACIALES EN EEUU
El Joker, en la Casa Blanca
En un país roto y radicalizado, Trump apuesta por el caos para ser reelegido
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
Joan Cañete Bayle
Entre las impactantes <strong>imágenes de revueltas que llegan de Estados Unidos</strong> estos días triunfó la de un manifestante disfrazado de Joker en medio del caos, el fuego, los saqueos y los enfrentamientos con la policía. La película protagonizada por Joaquin Phoenix le ha aportado al clásico villano de Batman un barniz político, contestatario, que ya fue explotado antes por los manifestantes que protestan contra el régimen chino en Hong Kong. El filme de Todd Philips es complejo en el análisis de las raíces, causas y consecuencias de la violencia del Joker y del caos que genera, pero es innegable que la imagen, como icono, funciona como un tiro: los manifestantes enmascarados o maquillados a lo Joker silueteados ante las llamas de una comisaría ardiendo forman una foto imbatible. ¿Quién querría estar del lado de los prohombres de Gotham en esta guerra?
El problema es que el auténtico Joker de esta distopía reside en la Casa Blanca y tuitea desde el Despacho Oval. Toda organización –un Gobierno no es una excepción– puede soportar un grado determinado de incompetencia en su estructura. Incluso puede aguantar durante cierto tiempo que su líder no cumpla los requisitos mínimos que requiere su posición. Hay dinámicas, inercias, que no es que vayan solas (nada avanza sin esfuerzo), pero sí son resilientes. Sin embargo, después de casi cuatro años de gobierno y de un acelerado proceso de darwinismo inverso en la Casa Blanca, Donald Trump afronta las elecciones de noviembre con el país sumido en una profunda crisis económica, azotado por el covid, dividido, radicalizado y, literalmente, en llamas. Y ante esta situación, la estrategia de Trump para ganar las elecciones es el caos.
Guerra total contra los medios. Toneladas de 'fake news' en Twitter. Asalto a Silicon Valley. Trabas para el libre ejercicio del voto. Enfrentamiento abierto con gobernadores y alcaldes. Manguerazos de gasolina al fuego. Los electores (la coalición heterogénea, sobre todo blanca y masculina, en permanente guerra cultural y abanderada del 'América, primero') en los que Trump y sus patrones acaudalados fían su reelección no piensan. Solo sienten. Se guían por bajos instintos.
Trump no se inventó el racismo, de la misma forma que la opresión de los negros no terminó con Barack Obama, que alcanzó la presidencia evitando el estereotipo del 'angry black man'. Con Obama surgió el Black Live Matters, y con Obama sucedieron los disturbios de Ferguson y el asesinato de Trayvon Martin. El racismo es una de las asignaturas pendientes de EEUU desde su fundación. Pero desde el Despacho Oval (un altavoz sin parangón) Trump le da legitimidad y apoyo al racista, contribuye a que se sienta impune e inmune. Casi cuatro años y centenares de tuits después, este lodazal.
En algunos países de Latinoamérica, al Joker lo llaman Guasón. Hoy, en esta grave crisis, descubrimos con muerte, sangre y sufrimiento que entronizar a guasones (no solo en EEUU, Brasil es otro ejemplo) no tiene puñetera la gracia.
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