Incluso los ricos fueron al hospital público
España sigue siendo el único país del mundo que jamás deja tirado al enfermo que llega a un hospital público
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
Emilio Pérez de Rozas
No ha de ser fácil ser Pedro Sánchez, Salvador Illa, Fernando Simón o Quim Torra.
No ha de ser fácil tomar decisiones que afectan a millones de personas y, por tanto, ha de ser sumamente sencillo cometer fallos, errores e, incluso, fracasar de vez en cuando.
No debe ser sencillo encontrarte en puestos de máxima responsabilidad, no ya en los gobiernos sino, también, en los hospitales y centros de salud, y que, de pronto, una pandemia nueva, extraña, desconocida, asesina se cuele bajo la puerta.
No ha de ser cómodo que te pillen desprevenido ante semejante plaga y no haber tenido previsión alguna, no ya de material, que también, sino, incluso, de personal y, sobre todo, que el torpedo estalle en la línea de flotación de uno de los puntos que tú, Gobierno y autonomías (todas tienen transferidas las Sanidad), has estado debilitando y maltratando a lo largo de las últimas décadas.
¿Cómo? No solo reduciendo hasta casi el ridículo el dinero que destinas a la salud pública (Catalunya invierte el 3,9% cuando la media europea es del 7.5%), sino sorprendiéndote ¡menuda falsedad! de que existan residencias de la tercera edad que todo el mundo consideraba lamentables.
Todo ha sido horrible, sí. Y son muchos los que dudamos de que semejante azote vaya a dejarnos enseñanzas modélicas para el futuro. Puede, sí, puede, que los aplausos de las ocho de la tarde (“no nos aplaudan tanto y devuelvan el dinero que le quitaron a la Sanidad”, dicen médicos y enfermeras) y la solidaridad a la hora de cocinar para los pobres hayan sido enseñanzas estupendas, pero me temo que los que redujeron la Sanidad (e, incluso, la Educación a la mínima expresión, dos pilares vitales en un país que quiere ser serio) seguirán haciendo política y seguiremos votándolos. Ellos, insisto, no solo no se van sino que, como Quim Torra, acaba de subirse el sueldo porque creen merecerlo.
En medio de todo este desastre (en efecto, compro todas, todas, las críticas habidas y por haber pero, insisto, no debe ser fácil estar en el puente de mando de este ‘Titanic’ de la pandemia), me gustaría destacar una cosa que, creo, no se ha destacado ni poco ni mucho: nada.
Pese a que todos los que nos gobiernan y los poderosos, especialmente los poderosos que han hecho negocio con la salud de los españoles, han tratado de aniquilar (bueno, hay quien dice que lo han logrado, sí) la Sanidad pública, si algo ha quedado patente en esta terrible y aterradora crisis provocada por el coronavirus es que todos, todos, todos, los pacientes que han llegado a los hospitales, sean españoles, checos, marroquís, etíopes o peruanos, llevasen 20 años o cinco días en España, han sido atendidos gratuitamente y, pese a morir 27.121 personas, miles y miles de ellos han sido sanados y han regresado a casa recuperados.
Repito, los errores de los gobernantes en las últimas décadas y el enriquecimiento de los poderosos alrededor de la Sanidad deberían de provocar que unos, los políticos, desapareciesen de la vida política española (y ahí siguen, algunos, como los del PP, sacando pecho) y otros, los poderosos, los ricos, los que han conseguido privatizar y externalizar los servicios sanitarios para aumentar su negocio y beneficios, ser juzgados por daños a la humanidad.
Repito, pese a todo, España sigue siendo el único país del mundo que jamás deja tirado al enfermo que llega a un hospital público. Nunca. Estará en un pasillo, en hospitales improvisados en pabellones de deportes, bajo tiendas de campaña en locales de ferias, sin ver a sus familiares, pero fue atendido gratuitamente.
Puede que esa gran virtud de la sociedad del bienestar se acabe pronto. Puede que se haya acabado ya, no lo dudo, pero, pese a todos los desastres que hemos vividos, deberíamos estar orgullosos de que, con más o menos suerte (en muchísimo caso ni siquiera eso ha dependido de los maravillosos doctores y sanitarios), todo el mundo haya tenido (aún) una sanidad gratuita, incluso aquellos que pagan miles y miles de euros por un seguro privado y, cuando se contagiaron de coronavirus, pidieron que les llevasen al hospital público más cercano.
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