IDEAS

Necesidad de las metáforas

A lo mejor, aislados en casa durante tanto tiempo, hemos imitado a Thoreau en su lejano confinamiento en el bosque

Reproducción de la casa de la laguna Walden donde Thoreau pasó dos años de su vida.

Reproducción de la casa de la laguna Walden donde Thoreau pasó dos años de su vida. / periodico

Jordi Puntí

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Al principio fue el verbo, pero nadie duda ya de que el universo empezó en inglés. Ese chasquido inicial se llama el 'big bang' en casi todas las lenguas, tal como lo definió un astrónomo británico que se llamaba Fred Hoyle. Unos años antes, el físico y teólogo belga Georges Lemaître ya se había referido a ese origen como el de “el átomo primordial”, pero la expresión era demasiado complicada para que la gente pudiera comentarla en la cola del mercado.

Resulta, además, que Hoyle no estaba de acuerdo con esas teorías de la expansión del universo y en un programa de la BBC se burló de ellas llamándolas “el 'big bang'”. Desde entonces, nos contamos el origen de todo a través de una metáfora —y, además, de tono irónico—. Quizá por esa razón yo siempre me he imaginado ese primer momento como la típica viñeta de cómic, con una imagen de un estallido de bomba y en medio las letras gruesas que dicen: '¡BIG BANG!'

También dios, para los creyentes, es a su manera una metáfora que lo cobija todo. El consuelo superior de las imágenes transpuestas es muy cómodo, porque nos distrae de la realidad, y no me sorprende que se haya impuesto en tiempos de confinamiento.

La guerra contra el virus, el mundo que está enfermo, etcétera. Ahora nos parece imposible, pero todo esto se abreviará en nuestro recuerdo y, como quien levanta una sábana encima de un mueble, las metáforas se retirarán para darnos a entender que debajo hay todo lo que ya estaba antes, incluso antes que nosotros.

A lo mejor, aislados en casa durante tanto tiempo, mientras los animales campaban libres por sus viejos territorios, y las hierbas y plantas ganaban terreno al asfalto, hemos imitado a Thoreau en su lejano confinamiento en el bosque.

Hemos escuchado un silencio que nos parecía nuevo y que, de hecho, era muy antiguo. Es algo que se me ocurrió gracias a una anotación de Thoreau en julio de 1841, dentro de su cabaña: “Por la tarde, un ligero sonido me tira de las orejas y hace que la vida parezca serena y grandiosa de un modo inexpresable”. Y más tarde aun escribe: “El lenguaje sin metáforas que hablan todas las cosas y acontecimientos es el único que es abundante y universal".

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