Nuevas prioridades

El 'procés' del post-covid

El país no puede continuar atrapado en la lógica de la confrontación estéril y retórica que nos agota

Opinion Anthony Garner

Opinion Anthony Garner / periodico

Carles Campuzano

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La pandemia del covid-19 no habrá terminado con el pleito entre Catalunya y el Estado ni mucho menos, pero sí que dará por cerrado el 'procés' soberanista, tal y como lo conocimos en los últimos años. No será porque las razones de fondo que explican el proceso de desconexión de los sectores centrales y más dinámicos del país hayan desaparecido ni porque el Estado haya formulado una propuesta política integradora e inclusiva para la mayoría de la sociedad catalana, en términos de reconocimiento nacional y poder político y financiero; ni será tampoco porque el cuerpo del país que aspira a la independencia, que se mueve alrededor de un 40% largo de la opinión publica según las últimas encuestas, haya abandonado sus aspiraciones. Ni será porque los encarcelamientos injustos de los líderes sociales y políticos del 'procés', que han provocado y provocan un clamor de indignación, hayan sido olvidados y los presos políticos estén libres.

No. La persistencia de la sociedad catalana en su voluntad de autogobernarse continúa, el agravio económico con Catalunya se mantiene, el menosprecio a la diversidad cultural y lingüística no se ha resuelto y la concepción jacobina del Estado es bien sólida, tal y como hemos visto con el "mando único" durante la crisis del coronavirus. Se equivocan mucho, pues, aquellos que sueñan que con la "nueva normalidad" del postcovid, los temas y las cuestiones que han transformado radicalmente el mapa social y político se fundirán y volveremos a otra época más previsible y apacible. Pero es cierto también que aquellos sectores independentistas que mantienen posiciones intransigentes, puristas y extremas, que aspiran a mantener el conflicto enquistado, que necesitan de la confrontación continua con el Estado para mantener su rédito y que todavía especulan con la idea mágica que del hundimiento de España surgirá una Catalunya libre, vuelven a equivocarse.

El postcovid, en el que lentamente vamos entrando, cambia la naturaleza de los problemas urgentes que debe afrontar el país, que no son otros que la recuperación de los miles de puestos de trabajos perdidos y la protección de los más frágiles, y agudiza la necesidad de afrontar de manera radical las transformaciones sociales, económicas, ambientales, culturales y tecnológicas que desde ya hace tiempo exigían reformas en las principales políticas del país. Convertirse en una economía abierta, competitiva, digital y verde que garantice buenos puestos de trabajo por la vía de salarios decentes y fortalecer el Estado del bienestar por la vía de una fiscalidad justa ante la necesidad de asegurar la salud de las personas, priorizar los cuidados y atenciones a los más vulnerables y garantizar una educación de calidad desde la primera infancia y una formación a lo largo de la vida para todos, deberían ser las aspiraciones que concentraran el grueso de las energías del país si queremos legar un país mejor las generaciones de los jóvenes y niños de hoy. Tengo la convicción de que el país más dinámico, exigente, activo y emprendedor se mueve en esta dirección y que una agenda de reformas transformadoras como es la que ahora necesitamos pide, sí ó sí, grandes acuerdos de país y una clara voluntad de intervenir allí donde toman las decisiones que nos afecte directamente. El país no puede continuar atrapado en la lógica de la confrontación estéril y retórica que nos agota y que nos hace imposible el progreso colectivo.

Ahora bien, tampoco se trata de volver a las políticas que, con aciertos y desaciertos como toda obra humana, permitieron el progreso nacional, económico y social del país durante las décadas de los 80, 90 y principios del 2000. La nostalgia del pasado nunca es el motor que permite a las sociedades avanzar.

El tiempo que nos toca vivir es más difícil, incierto y volátil que nunca; los populistas de todo tipo nos ofrecen soluciones fáciles y puras, casi siempre irrealizables, ante las cuestiones complejas y contradictorias que debemos afrontar. El catalanismo, que ha sido el hilo rojo, en palabras del añorado Joaquim Ferrer, que ha articulado la sociedad catalana políticamente desde finales del siglo XIX hasta hoy, si aspira a continuar siendo el primer motor político y cultural del país deberá esforzarse por construir nuevas ideas para esta época nueva. Más Europa, más cooperación, más gobernanza, más cosoberanía, más compartir el poder y las decisiones, de eso se trata, en mi opinión. Los muros que tenemos delante ya los conocemos; ahora se trata de superarlos con toda la lucidez colectiva y todo el sentido democrático y de la justicia que seamos capaces de movilizar, aquí y en todas partes.

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