El papel de ERC

Más 'junquerisme' y menos 'torrisme'

Hoy, desde las izquierdas, es un pecado de reacción desear la caída del Gobierno español

Oriol Junqueras, seguido de Gabriel Rufián, tras terminar el trámite

Oriol Junqueras, seguido de Gabriel Rufián, tras terminar el trámite / periodico

Joan Tardà

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Más 'junquerisme' y menos 'torrisme', que trasladado al ámbito español podría ser leído como 'más pablismo y menos sanchismo'. Efectivamente, inmersos en el escenario pandémico, cualquier salida debe detener el debilitamiento de las libertades y evitar el jaque mate al Estado del bienestar que había permitido socializar una parte de la riqueza producida. Por eso, hoy, desde las izquierdas, es un pecado de reacción desear la caída del Gobierno español.

Junqueras y Otegi supieron leer la historia reciente para configurar una hoja de ruta que, inevitablemente, tenía que pasar por liderar sus procesos de liberación nacional desde el mando de las instituciones y acumulando apoyos democráticos a la independencia a través de una acción política socialmente transformadora, garantista respecto a la fortaleza de las estructuras públicas conformadoras de los cuatro grandes pilares del Estado social: pensiones, sanidad, enseñanza pública y autonomía personal, encarando la conquista de nuevos derechos subjetivos como la vivienda y la renta básica universal. Y forzar, al mismo tiempo, un escenario de diálogo / negociación que hiciera realidad el ejercicio del derecho a la autodeterminación. Todo ello, a pesar de la negativa (inhumana) de los gobiernos españoles socialistas a acercar los presos políticos vascos en Euskadi y pese a la venganza ejercida contra los dirigentes políticos catalanes.

En el caso catalán, es evidente que la mutación (inevitable) del 'procés' viene condicionada por la coyuntura actual y por las conclusiones extraídas a raíz de los hechos ocurridos en los últimos años, resumidas en dos aseveraciones irrefutables. La primera, 'nunca habíamos sido tantos, los independentistas, ni nunca habíamos llegado tan lejos... pero aún no somos bastantes'. Y una segunda, producto de la destilación  del pensamiento político 'junquerista': 'la independencia, no la tenemos que hacer contra los catalanes que no son independentistas sino con ellos'. Es decir, socializar el ideal republicano como móvil de construcción de un país más justo socialmente y de la culminación del 'procés' a través de una solución satisfactoria, no solo por democrática, sino por integradora. En definitiva, que todas las partes catalanas, independentistas y no independentistas, se sientan interpeladas a trabajar y respetar la opción contraria y no bloquear ninguna solución en el marco de un acuerdo refrendista.

Evidentemente el 'junquerisme', hilo del pensamiento introducido por Carod-Rovira y Joan Puigcercós relacionado con el pensamiento republicano del 'patriotismo social', aún está cargado de riesgos. Topa en Madrid con los que alimentan el PSOE incapaz de actuar bajo principios federalistas, tal como se ha demostrado en los estados de alerta gestionados desde el jacobinismo, y representado por un presidente dado a ir al casino parlamentario de la geometría variable -pacto con Ciudadanos- y a devaluar la palabra comprometida al negarse a poner fecha a la mesa de diálogo. Poner en peligro, en definitiva, un Gobierno donde Unidas-Podemos podría inyectar oxígeno a una socialdemocracia faltada de aliento.

Dificultades, pues, para desplegar la acción política 'junquerista' allí. Y obstáculos también aquí a causa, por un lado, de la preocupante y creciente desaparición del catalanismo político en el PSC y, por otro lado, por el terraplén nacionalista post-convergente que no duda en pactar la Diputació de Barcelona con Núria Marín para impedir que un republicano la dirija, pero que a la vez se ancla en el conflictivismo simbólico estéril y en el conservadurismo, ignorando la realidad del país y la perentoria necesidad de conseguir en el próximo ciclo electoral un avance significativo de apoyo popular.

ERC haría bien en asumir la imprescindibilidad de ocupar el máximo espacio político en Madrid y, aquí, sumar, de igual a igual, nuevos 'constructores de la República', es decir las fuerzas políticas (tal como se ha demostrado en la aprobación de los presupuestos) que fundamentan también la acción en la exigencia de que ni la actual crisis no debe ser pagada por las clases populares ni el referéndum puede caer de la hoja de ruta. Prioritario, pues, superar fracturas emocionales (como las de los acuerdos Valls-Colau para impedir la alcaldía plena o compartida de Ernest Maragall) y sumar complicidades empapadas de republicanismo popular, tal como es llamada la fraternidad política por parte de el amigo Gerardo Pisarello.

De esto se dice liderar los nuevos tiempos y las nuevas necesidades a modo de frentes amplios, lo que nos lleva a recordar que la hegemonía de ERC en los años treinta del siglo pasado no se forjó apelando a los hechos épicos de Prats de Molló, sino que se alcanzó gracias al comportamiento de Francesc Macià hacia una Catalunya de progreso social. En definitiva, el país de la 'casa i l'hortet'.

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