EL TABLERO CATALÁN

El peronismo español

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zentauroepp52135121 sanchez iglesias200204204552 / DAVID CASTRO

Josep Martí Blanch

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El tres veces presidente de Argentina, el coronel Juan Domingo Perón, explicó la fascinación de su proyecto político entre los argentinos con aparente sencillez y sinceridad: "No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores". La historia acreditó ambas afirmaciones. Ni sus políticas eran convenientes, ni sus contrincantes políticos tenían ideas mejores.

La foto de la España política de los últimos días alimenta la tentación de explicar el binomio Pedro Sánchez - Pablo Iglesias de la misma manera. Que ambos se pusieran a saltar con furia sobre la frágil claraboya de cristal del diálogo social precisamente ahora, cuando las últimas previsiones indican que el 2020 se cerrará con un porcentaje de paro cercano al 22%, es suficiente para dar probado que buenos, lo que se dice buenos, no son. Y, oportunos, menos todavía. 

Por suerte para ambos llegó el sábado y el presidente del Gobierno pudo anunciar que vuelve el futbol, que los turistas –pocos– podrán hacerlo si quieren a partir de julio y que en junio empezarán a tramitarse las peticiones del ingreso mínimo vital para los más afectados por la situación económica. 

También nos animó a planificar nuestras vacaciones, con lo que bien podría darse el caso que en dos semanas más de comparecencias, nuestro futuro, que parecía encaminado a convertirse en una pesadilla sin fin, acabe derivando, gracias al ánimo y recobrado optimismo del presidente, en un anuncio veraniego de cerveza en el que todo marcha sobre ruedas.

Lástima que por ahí ande el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, sin despeinarse ni alzar la voz, echando agua al vino con la discreción y sordina inherentes a su negociado, nada proclive al show mediático. 

Hernández de Cos ya ha dejado claro que, si bien es cierto que ahora toca gastar lo que se tiene y lo que no, pasado un tiempo –no mucho– vamos a acabar donde dicta el sentido común y la obligación, cuando la carga de la deuda se hace insoportable a pesar de la dopamina europea. Esto es: recortando gasto público y subiendo impuestos –a todos, no sólo a los ricos como a usted le agradaría creer–.

El gran error

En su día, el gran error de José Luís Rodríguez Zapatero –reconocido por él mismo en sus memorias– fue negar el impacto de la crisis hasta que el 12 de mayo del 2010 se plantó en el Congreso para anunciar con el rostro desencajado los mayores recortes sociales de la historia democrática de España para salvar al país de la quiebra.

Ahora se adivina la larva de un error similar. El escudo de protección social impulsado con medidas de gasto es necesario. También lo es seguir presionando a la UE para que el paraguas comunitario sea lo más ambicioso posible. Pero Sánchez e Iglesias deberían de empezar a tomar conciencia de que también deben preparar a la ciudanía para lo que ambos saben que acabará siendo inevitable. Si no lo hacen, el desajuste entre las expectativas y la realidad puede tener costes políticos muy elevados.

Y es aquí donde entran en escena los peores que decía Perón, porque es muy difícil iniciar ese camino sin un mínimo de empatía de la oposición. El PP está decidido a dejar que pasen los días y los meses para que el Gobierno acabe cociéndose a fuego lento –de momento– en la olla de sus contradicciones y, cuando llegue la hora, con la llama viva de los ajustes.

Cuestión de tiempo, piensan. Deberían tomar nota los populares que esta estrategia ahora cuenta con una nueva variable que hace imposible replicar escenarios del pasado. El falangismo de cabra y corneta de Vox, sean cuales sean los errores del binomio Sánchez – Casado, mantendrá viva entre muchos la convicción de que cualquier otra alternativa sería desastrosa. 

Por su parte, los Ciudadanos de Inés Arrimadas, más dispuestos ahora a combinar las de cal con las de arena, presentan el problema de que sus nuevos modos llegan a destiempo, cuando todo lo que pudo haber sido, simplemente, no fue. Sirven para apuntalar un estado de alarma, pero no una estrategia de largo plazo que se asemeje a un plan de reconstrucción que necesita cuadrillas mucho más numerosas.

Para hacer políticas de Estado se requiere actitud de Estado. Y eso es algo de lo que no anda sobrada la España política desde hace mucho tiempo. Cada vez que la clase política, Gobierno y oposición, se enfrenta a un examen complicado –pasó y sigue pasando con el independentismo catalán y ahora con las consecuencias económicas de la pandemia– se fía todo a que, sabiéndose malos, no albergan ninguna duda que los demás serán peores. Por cierto, Argentina, que sigue instalada culturalmente en el peronismo, ha suspendido pagos nuevamente. Nada bueno nace de competir en el desatino. 

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