Análisis

Distanciamiento social o el proceso de individualización

La llamada "nueva normalidad" nos hace perder la dimensión comunitaria y nos resta la fuerza colectiva que impulsa las luchas sociales

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Gemma Altell

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Ayer salí a pasear, a las 20.00 horas. Mientras cruzaba un paso de peatones allí esperaba un coche de policía. Detrás de mí un adolescente mayor de 14 años; uno de los policías lo increpa y le pregunta por qué conduce una bicicleta con un teléfono móvil en la mano. Innecesario el comentario, claro; pero es que el joven es de origen magrebí. No, ni el el confinamiento ni el desconfinamiento no es igual para todos. Los prejuicios, el racismo, las desigualdades sociales están más presentes aún si cabe. Parece que ya lo vamos intuyendo, lo leemos en distintos artículos e incluso podemos ver imágenes en televisión. Pero lo vivimos mucho menos.

Las videoconferencias proliferaban las primeras semanas de confinamiento. Sentíamos que 'solo' había cambiado el formato, pero podíamos estar cerca de nuestros familiares y amistades igualmente. Es la magia del momento que nos ha tocado vivir; las posibilidades que nos ofrecen las tecnologías. Sin embargo, con el avance de las semanas, la ilusión por el contacto social ha dado paso a una creciente apatía. Se reducen las ganas de socializar ante una pantalla y vamos entrando, poco a poco, en una especie de abulia que vamos normalizando. Anhelamos la “normalidad” pero nos acostumbramos a reducir nuestro contacto con la humanidad a los contactos laborales. Así pues, el individualismo toma fuerza, así, sin darnos cuenta. Es lo que empezamos a llamar la “nueva normalidad” que, entre otras cosas, nos fuerza a distanciarnos inexorablemente de las personas.

Sin espontaneidad en los vínculos

La desescalada nos aporta la ilusión de retomar contacto, pero es solo parcialmente cierto. Esta nueva situación rompe nuestras dinámicas de relación, nuestra espontaneidad en los vínculos, afectos y en 'tomar la calle'.

No sé si estamos siendo del todo conscientes de qué implicaciones traerá consigo esta deriva, este acostumbrarse a no tocarse, a no estar cerca, a no mantener conversaciones improvisadas por la calle sin ser observadas con recelo, etcétera. En definitiva, reducir o perder esta dimensión comunitaria que nos humaniza y nos ayuda a tomar conciencia de lo que pasa a nuestro alrededor. Poder sentir la vida, la nuestra y la de nuestros semejantes. Este motor humano es el que nos ha llevado a las luchas y reivindicaciones sociales y políticas. Por eso individualizarnos nos puede llevar también a perder la fuerza colectiva, comunitaria; esta fuerza que nos ha impulsado a la exigencia de derechos cuando lo hemos necesitado. Esta individualización nos sitúa, con mayor facilidad, en la obediencia política.

La “nueva normalidad” pretende retornarnos a un modelo capitalista, machista, racista y altamente contaminante que es el que ya teníamos. El desastre mundial en términos medioambientales y sociales ya estaba mucho antes del covid-19; no queremos recuperar esa normalidad. Bajo el yugo del miedo a la crisis económica se teje una propuesta de desconfinamiento.  Sin embargo, no vemos el final al distanciamiento social que nos lleva un lugar menos humano, menos colectivo. Esta es la normalidad que sí queremos recuperar, no el sistema patriarcal/capitalista. Nuestro componente social es el que nos permite empatizar con el resto, entender las dificultades de cada uno/a más allá de una pantalla. Esta comprensión profunda que se establece en el contacto con la piel, en interpretar una mirada o una sonrisa sin mascarilla es la que nos permite construir propuestas colectivas que cuestionen el statu quo. ¿Nos imaginamos si hubiera podido surgir el 15-M en esta “nueva normalidad”? Ni siquiera el activismo tiene suficiente con las redes sociales ni con los actos 'on line'. Las complicidades profundas se tejen en el contacto cercano.

Por eso cuando veo que a un chico joven le cuestionan su libre circulación por ser magrebí siento que no está pasando nada nuevo que no pasara antes. La única novedad es que nadie más además de mí lo ha visto; porque la calle está vacía o porque quien pasa ya se ha acostumbrado a ese individualismo alienante que nos aleja del resto.

Es cierto que la urgencia de la pandemia requiere este distanciamiento aquí y ahora pero no debemos naturalizarla, no debemos llamarla “nueva normalidad”. Debemos luchar para que esta “nueva normalidad” no venga para quedarse. La ciudadanía se ve aliviada porque se aflojen un poco las cuerdas que la ciñen, de acuerdo, pero no olvidemos que la normalidad que realmente vale la pena recuperar no es la económica, sino la humana. 

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