Buscar los límites

El futuro en el aire

Nuestra historia como especie podría resumirse en desear siempre otra cosa diferente a lo que ya hemos logrado

Uno de los aeróstatos del nuevo programa militar de EEUU el pasado miércoles en Middle River, Maryland.

Uno de los aeróstatos del nuevo programa militar de EEUU el pasado miércoles en Middle River, Maryland.

Care Santos

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Algo nos pasa a los seres humanos con nuestros propios límites. Nuestra historia como especie podría resumirse en desear siempre otra cosa diferente a lo que ya hemos logrado. Así puede leerse, desde luego, la historia de la aviación, porque desde la primera vez que miramos arriba y vimos pasar un pájaro, quisimos hacer como él. Y si en la mitología griega ya hubo un Ícaro, equipado con sus alas de cera y sus errores, antes y después muchos otros soñaron lo mismo.

Leonardo da Vinci inventó diversos “ornípteros” (máquinas voladoras), pero fue en el siglo XVII cuando la cosa comenzó a ponerse seria con la invención del globo aerostático. Siguió el zepelín, y el planeador —los primeros tenían nombres tan curiosos como ilustrativos, como “El albatros artificial” o “El murciélago”—, primer paso hacia la aviación moderna, de los hermanos Wright hasta hoy. Y de todo ello, en todas las épocas, los escritores y los cronistas dieron cuenta, porque los tiempos cambiaban, pero volar seguía siendo una obsesión y una conquista fascinantes.

Estos días he volado mucho gracias a una antología de Rafael Alarcón Sierra, un profesor de la Universidad de Jaén especialista en poesía del siglo XX, que se ha dado el trabajo de reunir en un volumen fragmentos de 25 autores hablando del avión o sus ancestros. El título es un homenaje a Picasso: 'Nuestro futuro está en el aire'.

Arranca con el asombro de los cronistas ante los pioneros para pasar pronto al espanto de los primeros aviones de guerra que volaron sobre Europa. Gaziel ve bombarderos sobre París que junto con las bombas arrojan octavillas donde se lee «Mañana volveré a la misma hora». Los vanguardistas están fascinados por el avión, y proclaman que la velocidad es bella. Y de pronto los escritores se suben al invento y escriben sobre ello crónicas de viaje fascinadas, en que el avión es más protagonista que el paisaje sobrevolado.

He leído este libro en buen momento. Pensar en volar no había sido nunca tan moderno como hoy.

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