La independencia judicial

El secreto de la deliberación de un tribunal

Ningún magistrado puede prestarse a juegos que puedan vulnerar el deber de secreto, porque perjudican al Estado de derecho

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Jordi Nieva-Fenoll

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“Fuentes del Tribunal Supremo”, se lee a veces en la prensa. O “fuentes del Tribunal Constitucional”, o de cualquier otro tribunal, aunque los dos primeros, por razones evidentes, son los que acostumbran a ser los más referenciados con esa frase.

Se trata de un eufemismo. Si la noticia se acaba correspondiendo con la realidad, lo que significa es que algún magistrado ha roto su deber de secreto establecido en el art. 233 de la ley orgánica del Poder Judicial. Se puede tratar incluso de una falta muy grave al amparo del art. 417.12 de la misma ley que puede generar hasta su separación del servicio.

En ocasiones, en cambio, esas “fuentes” del tribunal simplemente desean transmitir un mensaje a la sociedad. Y de ese modo, en lugar de hacer, sin temor, una nota pública, parece que alguien llama a un periodista que se supone de confianza y se le pide que haga de correo trasladando el mensaje, que puede ser de malestar o de advertencia soterrada o hasta de aviso a navegantes. Quizás intentando con ello que con esa publicación se infunda una sensación social de enojo temible de la superioridad que influya en las actuaciones del destinatario último del mensaje.

Una mala praxis

Todo lo anterior, si realmente sucede, es simplemente mala praxis, y además ni siquiera es frecuente en el panorama internacional. En EEUU, por ejemplo, los periodistas especulan con el sentido del voto de los nueve magistrados del Tribunal Supremo en función de su afiliciación política que en aquel país, por desgracia para ellos, no solo no se esconde o solapa, sino que influye decisivamente en las decisiones de los jueces, lo cual es una malísima noticia para la independencia judicial, por cierto. Pero no se acostumbran a producir filtraciones sobre una deliberación.

En cambio en España, cuando existe un caso mediático que llega a esas altas instancias, los periodistas parecen encontrar siempre a alguien que no es capaz de callarse. Lo triste del caso es que la enorme mayoría guarda realmente silencio, como es su deber, pero tal vez hay algunos magistrados que ven absolutamente natural comentar las deliberaciones en su círculo más próximo, y desde luego con sus subalternos en el propio tribunal, es decir, con las personas que allí trabajan y hacen posible la labor de los jueces. Qué decir de las conversaciones fuera de ese ámbito en las que a veces se limitan a hacer insinuaciones, siendo esas insinuaciones, obviamente, una traición al secreto de la deliberación.

En ocasiones la filtración es dificilmente controlable porque esos subalternos ayudan en la redacción de la sentencia y, por tanto, la conocen, aunque esos trabajadores también tienen obligación de sigilo. Pero una cosa es que conozcan ese redactado, y otra los detalles privados de la deliberación, es decir, qué ha dicho cada magistrado o que actitud ha adoptado en los debates. Eso es absolutamente inaceptable.

Las razones de la falta de discreción son variadas. La más prosaica es la simple voluntad de hablar de lo que nadie más sabe ante unos oídos curiosos. Pero otras veces de lo que se trata es de dinamizar los debates en un sentido u otro para decantar el resultado final de la sentencia, poniendo a los magistrados ante la presión de la opinión pública, viéndose a veces señalados por sus propios nombres, contando la prensa que fulano defiende esto pero mengano y zutano están en contra.

El papel de la prensa

Es realmente entristecedor, en todo caso, tener acceso a esas miserias, que además muchísimas veces no son sino especulaciones. No sirve absolutamente para nada legítimo y cortocircuita debates libres, porque a partir de ese momento en la sala de deliberación, incluso a puerta cerrada, ya nadie se siente a salvo, lo que pone en cuestión la independencia del tribunal.

Ningún magistrado puede prestarse a esos juegos, porque perjudican al Estado de derecho. La prensa no puede dejarse de hacer eco de lo que sepa, pese a que existe una diferencia enorme entre hacer periodismo de investigación y jugar el cómodo papel de correa de transmisión para satisfacer los intereses sociológicos de la “garganta profunda”, sea quien fuere. Y es que eso no es informar, sino utilizar a la prensa como instrumento de otros intereses que nada tienen que ver con informar.

El periodismo no falsea los valores democráticos, sino que debe servir para asentarlos. La prensa es un pilar básico de la libertad. Pero las confidencias al calor de las copas y los platos de una mesa deben quedarse para el goce de la amistad; no para adulterar la democracia.

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