Al contrataque

Cayetana y Ayuso

Cayetana y Ayuso hablan rotundamente pero con muchos datos inciertos. Padecen el síndrome del partidismo futbolístico, eso que ante una misma jugada permite pedir o no penalti según el área en que ocurra

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Antonio Franco

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En este país hay algunos dirigentes políticos que se pelean muy mal, continuamente, dando un espectáculo desabrido con cada uno de los temas que llevan en las manos. Son inaguantables. Aunque hay quienes les siguen e incluso les jalean, no pueden llegar a imaginarse hasta qué punto los demás estamos hartos de ellos. Que conste que algunos son más malos de película que otros. Desde mi punto de vista ahora las retorcidas Ayuso y Cayetana convierten a Caín en un simple chico descarriado. No me argumenten que lo digo porque discrepe políticamente de ellas: Ana Pastor o Soraya Saenz de Santamaría eran de su misma familia, yo discrepaba de ellas pero las consideraba lógicas. No se quejen de que cite a dos mujeres: en otros momentos lo que me parecía más peligroso por su irracionalidad era la doblez de Jorge Fernández Díaz, el cinismo de algunos dirigentes de ETA o incluso el Gabriel Rufián de la primera etapa.

Nuestra mala suerte también alcanza a lo internacional. Coincidir con los años de Trump es otra pesadilla. O depender tanto de la insensible Alemania que quiere a Europa como mercado pero no como un club con lealtades. O estar a merced de Boris Johnson mientras suicida a Reino Unido con unas bombas que también nos alcanzarán. Pero lo peor es lo nuestro, las dos Españas sometidas a la crispación de quienes perdieron las elecciones pero se han propuesto que si no gobiernan ellos tampoco lo puedan hacer los otros. Ni en materia de confinamientos ni en lo demás, <strong>como esa derogación de la reforma laboral que prometieron.</strong>

Cayetana y Ayuso hablan rotundamente pero con muchos datos inciertos. Padecen el síndrome del partidismo futbolístico, eso que ante una misma jugada permite pedir o no penalti según el área en que ocurra. Nos cansan por incansables. Y no es que seamos el peor país del mundo: nos lo demuestran cosas como nuestros niveles de donación de órganos. Pero la vida cotidiana en un país con dirigentes así, con tan poco criterio, es asfixiante. Lo dice nuestra historia pasada y lo reafirma este presente desmadejado.

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