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¿Habrá 'último baile' de Messi?

Leo Messi besa a su hijo Thiago, en una imagen del 2019

Leo Messi besa a su hijo Thiago, en una imagen del 2019 / periodico

Emilio Pérez de Rozas

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Hace días que le doy vueltas a qué hubiese ocurrido en esta ciudad, en el Barça, en su entorno, en el regreso o en la desescalada, si Leo Messi, aquel que, según un heroico enfermero de Médicos sin Fronteras, “no cura” y, por tanto, no hay que pagarle tanto dinero (pese a que genera mil veces más de lo que gana: según ‘Forbes’, 127 millones de dólares este año), se hubiese ido a Rosario, o a Madeira, o al lujoso Meeru Island Resort de Dhiffushi, en el atolón de Kaafu, en las Maldivas, a pasar el confinamiento con Antonella, Thiago, Mateo y Ciro, regresando, como ha hecho CR7, 72 días después.

Es evidente que la culpa hubiese sido de Barça. Pero no, Messi se ha quedado en su montaña de ‘Castefa’, cumpliendo no solo con el encierro, sino transmitiendo por Instagram su tabla de ejercicios mientras Ciro daba vueltas a su alrededor tratando (sin lograrlo) de distraerle. No sé si tuvo la duda de huir, de escapar con su jet. Creo que no. Como le dijo su amigo del alma Luis Suárez cuando, en el 2016, le convenció de que siguiese en el Barça y no nos abandonase (gracias, Luis) “dónde vas a estar mejor que aquí, Leo, la gente te adora”). Y se quedó.

Michael Phelps, el otro monstruo

Ahora que todos estamos embobados con ‘El último baile’ de Michael Jordan, uno sospecha que jamás podremos ver el último baile de Messi. No sé, me temo que la estrella argentina no es muy dada a estos alardes. Ojalá, dentro de unos años, alguien se atreva con un Netflix (¿Rakuten?) de ese tamaño y dureza, que nos cuente como el ‘pequeño dictador’, aquel que, dicen, utiliza a los masajistas para enviar recaditos a sus compañeros (“no sé, no veo muy contento a Leo, después de que no le vieras desmarcado en aquel contragolpe de la segunda parte”, son, dicen, susurros, en la camilla, a los oídos de los delanteros), aquel que dicen que solo emite su juicio sobre los fichajes dos días después de entrenar con ellos, aquel que, en el conflictivo octubre del 2017, animó al equipo a jugar (a puerta cerrada) ante Las Palmas “porque, ¿verdad Luis?, hoy es domingo y ¿qué hacen los futbolistas el domingo?, jugar a fútbol”.

Es posible, eso sí, que Messi o cualquiera de los muchos que le rodean y, dicen, solo piensan en su bien (¿en serio? ¿en el bien de Leo o en el suyo propio?) le aconsejen, al final, que no se estrene su último baile, “no vaya a ser, como reconoció Michael Jordan al director del suyo, que te vean como un monstruo”. Al fin y al cabo, ayer mismo, el fabuloso, el inigualable Michael Phelps reconoció que él era igual de imbécil con sus compañeros de piscina que Michael Jordan, "porque les retaba en cada entrenamiento, los llevaba al límite, buscaba la grandeza, quería lo mejor de mí mismo y de ellos, por eso me aseguraba de que se estresasen”.

No sé si Leo llega a tanto. Nos enteraremos dentro de unos años, como nos acabamos de enterar de que ‘Air’ Jordan era un monstruo y de que don Andrés visitó el lado oscuro de la vida.

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