Dos miradas

Al vacío, a las ocho

Como una alarma que despertaba también del letargo de jornadas sin forma, los aplausos ha sido más un rito cotidiano que una reverencia

Personas aplauden desde los balcones del Eixample, el 30 de marzo del 2020

Personas aplauden desde los balcones del Eixample, el 30 de marzo del 2020 / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Se acabaron los aplausos de las ocho. Tendremos que analizarlos con detalle, porque van más allá de la causa que los impulsó. Ahora, sin embargo, ya estamos en condiciones de decir que no se trataba solo de un reconocimiento, en el momento más crítico de la pandemia. Era, también, una especie de autoafirmación, de consolidación de los lazos, de comprobar que había vida fuera de las paredes de la enclaustración. Podía ser que te encontraras con el vecino o la vecina en la tienda de comestibles, pero el saludo era rápido, fugaz. Verlos en el balcón, aplaudiendo, certificaba una existencia más allá de la supervivencia.

Aplaudías al vacío, de hecho, para que los receptores del homenaje estaban ausentes, y era un poco romántico pensar que las ondas expansivas llegaban hasta los hospitales, pero el gesto era también un punto y aparte en la lenta agonía de un día cualquiera, lleno de inquietudes y preocupaciones. Como una alarma que despertaba también del letargo de jornadas sin forma, como una meta volante superada en persecución del final de la etapa, pasando de la oscuridad de marzo al estallido diurno de mayo, los aplausos han sido más un rito cotidiano que una reverencia.

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