Análisis

La fiscalidad en tiempos del coronavirus

La intensidad de los destrozos nos sitúa en una coyuntura excepcional para abordar la indispensable reforma fiscal, que venimos postergando desde hace demasiado

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Jordi Alberich

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El debate fiscal ha adquirido una nueva dimensión con la reciente intervención del gobernador del Banco de España. En una exposición sensata y razonada, Pablo Hernández de Cos ha abogado por un programa de consolidación fiscal, sustentado tanto en una racionalización del gasto como en una mayor recaudación tributaria, que debería aplicarse durante varias legislaturas a partir de un amplio consenso político.

La intensidad de los destrozos nos sitúa en una coyuntura excepcional para abordar la indispensable reforma fiscal, que venimos postergando desde hace demasiado. En décadas recientes, hemos contemplado un sinfín de ajustes impositivos, atendiendo a intereses de unos u otros, que han acabado por conformar un entramado tributario complejo e incoherente.

Por amplio acuerdo

Necesitamos un modelo claro, suficiente y sostenible que, además, acabe con la mal concebida y peor ejecutada competencia fiscal entre comunidades. Sustentando en un amplio acuerdo que, a su vez, dé fuerza al Gobierno para defender, en Bruselas, una armonización impositiva que finalice con vergonzantes seudoparaísos fiscales en el mismo seno de la Unión Europea. Una reforma que, junto con modificar tipos vigentes y avanzar en algún nuevo impuesto, como la 'tasa Google', debe favorecer una mayor recaudación por la vía de reducir drásticamente los beneficios y bonificaciones fiscales, aflorar la economía sumergida, y dificultar la elusión a las grandes rentas y patrimonios.

Para consensuar esta reforma, se requiere de una empatía y coherencia que no se percibe e, incluso, va a menos, inmersos en una dinámica de radicalización generalizada, que lleva a políticos y ciudadanos a aferrarse a sus ideas e intereses. Así se percibe de la propuesta del llamado 'impuesto a los ricos' de Podemos, y del nuevo impulso conservador por erradicar el impuesto de sucesiones.

El impuesto de los ricos, sustentado sobre un discurso que parece coherente y sensato, resulta tan frágil como impracticable. De una parte, porque no grava a los verdaderamente ricos, que ya vienen eludiendo estos impuestos y, de otra, porque con los tipos que propone deja sin ninguna rentabilidad a los patrimonios afectados.

Acerca de sucesiones, sorprende cómo quienes defienden una economía liberal que premie el esfuerzo y estimule la asunción de riesgo, pretendan eliminar el impuesto que mejor responde a la ética del capitalismo. Hoy vivimos situaciones inverosímiles, como que el heredero rentista que alcanza unas rentas de, por ejemplo, 150.000 euros, tribute mucho menos que aquel empresario que, arriesgando y generando riqueza, percibe la misma cantidad. No se trata de imposibilitar la herencia, pero sí de, con un mínimo exento actualizado y suficiente, introducir una tributación sensata y progresiva.

Resulta muy preocupante que la izquierda recurra a ocurrencias imposibles, y que la derecha, sin sonrojo alguno, pretenda revestir de liberal lo que no es más que conservadurismo populista. ¿No es suficiente el desastre para que, unos y otros, atiendan al gobernador?

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