Análisis

El coronavirus y el falso despertar de la naturaleza

Difundir una imagen idílica no contribuye a buscar soluciones efectivas y reales a un problema grave y creciente, como es el de la disminución de la diversidad biológica como efecto de las actividades humanas

Un jabalí se pasea por Sant Cugat, en una imagen de archivo

Un jabalí se pasea por Sant Cugat, en una imagen de archivo / periodico

Alejandro de Juan Monzón

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En estos días de confinamiento han abundado en los medios de comunicación y en las redes sociales multitud de noticias, vídeos e imágenes sobre animales salvajesInformaciones a menudo falsas, de les cuales desconocemos la intencionalidad, si es que existe alguna, pero que refuerzan una idea catastrofista, según la cual nuestro entorno estaría siendo invadido por poblaciones animales, al mismo tiempo que ofrecen una visión idílica de una cierta recuperación de la fauna salvaje y de su población a causa de la parada de la actividad del hombre.

Nada más alejado de la realidad. Pretender dar la imagen de que la fauna salvaje se está recuperando a causa del confinamiento por la pandemia de la covid-19 es falso. Y también peligroso, pues no contribuye a buscar soluciones efectivas y reales a un problema grave y creciente, como es el de la disminución de la diversidad biológica como efecto de las actividades humanas.

Para entender lo que está pasando y por qué son más visibles los animales salvajes en estos días de confinamiento, basta con hacer un seguimiento cotidiano de animales carnívoros como zorros, ginetas o garduñas en zonas fuertemente humanizadas, y aquí nos referimos al estudio que está llevando a cabo el biólogo Jordi Ticó utilizando trampas fotográficas en el Vallès Oriental, cerca del Montseny. Un espacio ocupado por multitud de urbanizaciones y polígonos industriales que condicionan fuertemente la vida salvaje. Aqui la fauna se ha adaptado a la presión humana, ha adaptado sus costumbres crepusculares y desarrolla una actividad totalmente nocturna en búsqueda de la máxima tranquilidad.

Las observaciones realizadas a los largo de estos días indican que el confinamiento de la población ha hecho que estos animales comiencen ahora su actividad unas tres horas antes y se atrevan a adentrarse en algunos espacios ahora libres de la acción del hombre, a los que antes no se acercaban a plena luz del día. Nada más.

Los individuos siguen siendo los mismos y no se ha producido ninguna explosión demográfica ni ninguna recolonización de nuevos territorios. Ocurre exactamente lo mismo con todas las poblaciones animales en cualquier lugar del mundo. Sencillamente han adaptado su comportamiento a la nueva realidad y cuando finalice el confinamiento y vuelvan la actividad y la presencia de humanos, seguirán con sus hábitos anteriores y su supervivencia se encontrará igual de comprometida.

Más tarde o más temprano la covid-19 remitirá y pasará a ser una más de las enfermedades con las que hemos de convivir. Si no modificamos nuestro comportamiento, la fauna salvaje y la biodiversidad de nuestro planeta seguirán teniendo los mismos problemas, y se acelerará la pérdida de poblaciones y de formas de vida que estamos contemplando desde hace tiempo, sin buscar ningún remedio serio. O aprovechamos para hacer un 'reset' como especie y como sociedad, o seguiremos en una situación altamente peligrosa, no solo para la vida animal, sino para los propios humanos.

Es necesario tomar de forma inmediata medidas urgentes. La primera de todas acabar con los mercados de animales salvajes y con su comercio y no solamente para garantizar la biodiversidad, puesto que se trata de un comercio que a menudo se concentra en la explotación de especies gravemente amenazadas. También porqué una de las lecciones más importantes que hemos aprendido de esta pandemia es que esta actividad comercial ha sido la responsable del contagio de la covid-19 a la especie humana, con la posterior propagación por todos los rincones del planeta.

Tal vez merezca la pena recordar las palabras de Joshua Ledenberg, ganador del Premio Nobel de Medicina en el año 1958, quien afirmaba que no sabía qué organismo originó la vida en la Tierra, pero sí que sabía el que le daría fin: un virus. Y hoy aún añadiríamos que “esparcido por la desidia humana”. Nos encontramos ante un ejemplo de nuestra fragilidad como especie y, también, con los efectos que puede tener para nuestra propia supervivencia la ruptura del tenue equilibrio de los ecosistemas de los cuales formamos parte.

Lo que está sucediendo estos días debería abrir paso a una profunda reflexión sobre la forma en que tratamos al planeta y sus consecuencias, hoy lamentablemente tangibles. A pesar de los miles de muertos que tristemente ha provocado, la covid-19 presenta una letalidad relativamente baja. Imaginemos que habría podido pasar si se tratase de un virus con la carga mortal de la viruela o del VIH.