Covid-19 y política internacional

El mundo sin cabeza

Mural en una pared de Berlín con Donald Trump y Xi Jinping

Mural en una pared de Berlín con Donald Trump y Xi Jinping / AFP / JOHN MACDOUGALL

Georgina Higueras

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El siglo XXI alumbró un mundo complejo y caótico debido a la transición de poderes que propulsaba la reemergencia de China, el relativo declive de Estados Unidos y el freno a la construcción de Europa por nacionalismos y populismos. La pandemia, que debería haber estrechado los lazos internacionales para abordarla, ha dejado sin cabeza al mundo, que camina peligrosamente sin una hoja de ruta. El covid-19 no solo ha sacado a relucir la falta de credibilidad de las instituciones internacionales, sino también de liderazgo global -con el de EEUU en caída libre y encerrado en sí mismo; el de China, envalentonado, pero sin experiencia, y el de la Unión Europea, irrelevante-, además de recrudecer el enfrentamiento entre Washington y Pekín hasta niveles semejantes a los de la antigua guerra fría.

Donald Trump ha sacado toda su artillería verbal contra China. Se juega la reelección, y la defensa de sí mismo está por encima de la muerte de decenas de miles de norteamericanos, como reveló 'The New York Times', tras investigar más de 260.000 palabras pronunciadas por el presidente entre el 9 de marzo y mediados de abril. Su secretario de Estado, Mike Pompeo, le va a la zaga y trata de convencer al mundo de que el Partido Comunista Chino (PCCh) fabricó el coronavirus en un laboratorio de Wuhan. Tiene un buen maestro. En 2003 el entonces secretario de Estado Colin Powell defendió ante el Consejo de Seguridad de la ONU que Irak tenía armas de destrucción masiva, lo que facilitó la invasión del país árabe y la reelección de George Bush, comandante supremo de la “guerra contra el terrorismo internacional”.

Pero ni Xi Jinping es Sadam Husein, ni China es Irak. El PCCh no se ha dejado intimidar por las bravuconadas de Trump. Por el contrario, ha sacado pecho con una mayor presencia militar en el mar del Sur de China, una diplomacia más asertiva y una maquinaria de propaganda a todo gas. Resultado: el mundo es hoy mucho más inestable que a comienzos de siglo.

EEUU y China parecen no comprender lo que está en juego con su actitud pendenciera ni lo que ambos perderían con la ruptura de sus lazos económicos, culturales y sociales. La tregua alcanzada a principios de año en la guerra comercial que los enfrenta se resquebraja. Trump ya ha amenazado con nuevos aranceles si Pekín, debido a la caída del 6,9% en el PIB -la mayor en medio siglo-, incumple su compromiso de importar más de EEUU.

Es muy poco probable que China, que ha indicado que no podrá hacer frente a algunos de los contratos firmados con otros países, incremente en 18.500 millones de dólares sus importaciones de petróleo, gas licuado y otros productos energéticos norteamericanos. Con el covid-19 campando a sus anchas por EEUU tampoco es real un incremento de 13.000 millones en servicios que afectan sobre todo a viajes de negocios y turismo y a los cientos de miles de estudiantes chinos que cada año inundan las universidades norteamericanas. Tal vez el aumento más viable sea el de las importaciones agrícolas, pero la situación pinta fea.

Una Europa dividida

Es difícil pensar que una Europa dividida e insolidaria con sus propios ciudadanos sea capaz de alzar su voz para conseguir la mesura que impida el salto al abismo. Sin embargo, hoy más que nunca es necesaria la voluntad que llevó a los 27 a ceder parte de su soberanía para emprender una andadura conjunta. Solo ese empeño puede evitar la jungla del ‘sálvese quien pueda’ que impulsa la incertidumbre, el miedo y la grave crisis económica que lega la pandemia.

Con el respaldo del único liderazgo mundial que está a la altura de las circunstancias, el de Angela Merkel, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, ha de poner en marcha la proclamada “autonomía estratégica” para mostrar a Washington y Pekín que una tercera vía es posible. Sin estridencias, pero sin concesiones, Europa, junto con la Organización Mundial de la Salud (vilipendiada por Trump), deben ponerse al frente de la investigación sobre el origen del coronavirus que comenzó a infectar a los habitantes de la ciudad china de Wuhan. Este paso al frente puede ser definitivo para que no se repitan las consecuencias del silencio frente a la falsedad del testimonio de Powell.

Muchos países emergentes y en desarrollo necesitarán el apoyo de instituciones internacionales para abordar la catástrofe de la pandemia. Es primordial restaurar la credibilidad en estas. Cuando las mayores amenazas que enfrenta la humanidad son el cambio climático que alienta la aparición de nuevas plagas y la falta de diálogo entre los dos grandes poderes que los inclina al enfrentamiento, el liderazgo y la credibilidad de las instituciones internacionales son fundamentales para evitar el caos total.