Barcelona, turismo y covid-19

Solos en la ciudad

Tendremos Barcelona solo para nosotros. Pero será una ciudad más triste y empobrecida

Una mujer camina por el paseo marítimo de Barcelona, el 6 de mayo

Una mujer camina por el paseo marítimo de Barcelona, el 6 de mayo / periodico

Eva Arderius

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Nunca me habría imaginado que lo echaría de menos, ni a este ni a ningún otro. Pero cada noche cuando salía tarde del trabajo e iba a buscar el metro, el hotel era el único lugar abierto y con presencia humana. En el 22@, en el barrio del Poblenou de Barcelona, cuando cierran las oficinas no queda ni una alma. No hay vecinos y los recorridos que durante el día hacen oficinistas de diferentes nacionalidades por la noche se convierten en fantasmagóricos. Me reconfortaba saber que allí había gente. Siempre curioseaba a través del cristal quién cenaba en el comedor e imaginaba qué los habría traído a Barcelona. Aunque algún día también había lanzado alguna mala mirada hacia aquella fachada brillante, de donde salían turistas despistados que se me cruzaban y que iban vestidos como si estuvieran en primera línea de mar.

El hotel siempre estaba abierto, cada día del año, hasta ahora. Por eso impresiona verlos tan vacíos. Esta es una de las imágenes que más me ha impactado del estado de alarma. Los hoteles cerrados. Y no solo cerrados, casi tapiados como si se estuvieran preparando para afrontar actos de pillaje. Precintos herméticos, cristaleras protegidas, balcones con las persianas bajadas. Imagino el último turista que estuvo allí. Este verano no habrá ninguno. Lo decía el primer teniente de alcalde, Jaume Collboni, “mejor que lo asumamos, vamos a un verano sin turistas extranjeros en Barcelona”.  Pasamos del 100 al 0, es una situación insólita. Así que como aquellos niños que se quedan por primera vez solos en casa, tendremos que pensar qué vamos a hacer este verano. Tendremos toda la ciudad para nosotros. Solos en casa, o solos en la ciudad.

La primera idea que me viene a la cabeza es ilusionante, optimista y poco real. Me imagino la posibilidad de caminar por las calles del centro poco a poco, sin aglomeraciones, sin esquivar a ningún visitante. Quedar con los amigos en la Rambla para tomar una cerveza, precios razonables en todos los sitios, tumbarnos en la playa respetando la distancia de seguridad, respirar, nada de guiris conduciendo todo tipo de artilugios por las aceras, nada de ruido, ni de apartamentos turísticos molestos, ningún problema de seguridad. Entrar en la Sagrada Família solo porque pasabas por delante y quieres refrescarte un poco, estar solo en el Turó de la Rovira o en el Park Güell. Incluso me imagino una ciudad menos calurosa, menos sofocante y menos agobiante. No pinta mal, sería fantástico si fuera real. Los veranos en Barcelona pueden ser muy duros. Es el momento en que los barceloneses huimos y odiamos más nuestra ciudad. Cuando la notamos menos nuestra, nos sentimos excluidos y pensamos que Barcelona, en verano, es más de los que la vienen a disfrutar que no de los que viven en ella todo el año.

Este verano será toda nuestra, no la tendremos que compartir prácticamente con nadie, pero no tendremos una ciudad idílica. Yo no echaré de menos a los turistas pero mucha gente sí. Nos guste o no, la economía de muchas personas depende de ellos. La ciudad estará más vacía pero también estará más triste y más empobrecida. El maldito coronavirus nos habrá dejado tocados y a muchos vecinos tocados y hundidos. Así que tendremos la ciudad en exclusiva, pero la ciudad no estará para fiestas.

Somos los que somos y habrá que arremangarse. Habrá que ayudar, que echar una mano a los que no llegan a fin de mes, apoyar a los que han perdido personas queridas. Habrá que comprar al lado de casa, consumir, incluso en los locales donde solo tienen las cartas en inglés o no nos dejan tomar algo porque a las siete de la tarde tienen las mesas preparadas para cenar. Habrá que hacerlo aunque nos de rabia, aunque creamos que algunos no pensaron en los vecinos cuando las cosas les iban muy bien solo con los turistas. Habrá que cuidar la ciudad más que nunca porque nadie vendrá a ayudarnos. Barcelona solo tiene a los barceloneses, solo le quedamos nosotros, seremos los que tendremos que hacer frente al desastre. De hecho, somos los que hemos estado siempre ahí. La idea que la ciudad tiene que ser para los que viven en ella ahora tiene más sentido que nunca. Los barceloneses siempre están, a las duras y a las maduras.

Quizás echaremos de menos a los turistas, o quizás no. Quizás pasará como a esas parejas que después de muchos años, cuando los hijos se van de casa se reencuentran y se preguntan: ¿y ahora qué?; ¿quién somos? Pues ahora tenemos la oportunidad de reencontrarnos, de repensarnos, tenemos delante el plan de reconversión más ambicioso de la historia. Quizás es el momento de aprender a vivir sin ellos, de ver qué posibilidades nos abre todo esto. No hay otra opción. Mejor tomárselo como una oportunidad.