CONSECUENCIAS DE LA PANDEMIA

Octubre rojo, pardo o 'indepe'

Dentro de cuatro o cinco meses, será el momento de la solidaridad o del sálvese quien pueda, y que se imponga una cosa o la otra depende de lo que hagan el Gobierno y los partidos

Los diputados guardan un minuto de silencio por las víctimas del coronavirus durante el pleno del Congreso en el que se vota otra prórroga del estado de alarma solicitada por el Gobierno, el pasado 6 de mayo

Los diputados guardan un minuto de silencio por las víctimas del coronavirus durante el pleno del Congreso en el que se vota otra prórroga del estado de alarma solicitada por el Gobierno, el pasado 6 de mayo / periodico

Andreu Claret

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Octubre es la fecha. En octubre sabremos si el virus está atajado o si rebrota, y tendremos una idea más cabal de la magnitud de la catástrofe económica y social generada por el covid-19. Hasta entonces, es de suponer que prevalecerá el miedo a la pandemia y actuará, de un modo u otro, el bálsamo de las ayudas arbitradas por las administraciones. Dentro de cuatro o cinco meses, estos factores habrán dejado de ser significativos y cada individuo o cada sector expresará su cabreo en la calle. Será el momento de la solidaridad o del sálvese quien pueda. Y que se imponga una cosa o la otra depende de lo que hagan el Gobierno y los partidos. Mientras unos, pocos, apuestan por soluciones de emergencia destinadas a evitar la fractura y el caos, otros se dejan llevar por la tentación de pescar en río revuelto y se preparan para asaltar al poder.

Hasta tiempos recientes, el manual preveía que la quiebra del contrato social desembocase en una agitación izquierdista. Así fue hasta principios del siglo XXI, al menos en España, cuando la crisis del 2008 llenó las plazas de indignados y llevó a Podemos a las instituciones. Si se repitiera este escenario, estaríamos ante un octubre rojo, que podría reforzar el actual Gobierno de coalición o, por el contrario, ponerlo en crisis. Dependería de la capacidad de Pablo Iglesias de mantener los equilibrios entre la calle y los ministerios. No creo que vaya a haber octubre rojo. En primer lugar, porque la izquierda está en el poder y, en consecuencia, aparece pringada en la crisis que se avecina. Además, porque el coronavirus ha traído un populismo que casa mal con una revuelta de signo progresista. Las colas de gente esperando la bolsa de comida en Aluche o en el Raval recuerdan más los infaustos años 30 que la esperanza del 15-M.

Pescar en el tumulto

La derecha parece tener la caña mejor armada para pescar en este tumulto. Vox ha convocado manifestaciones 'covid-free' para el 23 de mayo. Puede parecer una excentricidad de Santiago Abascal, pero no lo es. Con ello, lanza el mensaje de que los males de España son de tal magnitud que ha llegado la hora de colocarse en los límites del sistema para resolverlos. El próximo paso será superarlos. La política numantina de Pablo Casado tiene un propósito similar. Hoy puede parecer extravagante incluso a algunos de los suyos, como Alberto Núñez Feijóo y Juan Manuel Moreno, pero cuando el PIB haya caído en más de 12 puntos y el paro supere el 25% ya veremos. Así lo ha entendido José María Aznar con su apoyo a una Isabel Díaz Ayuso que aspira a ser la Evita del nuevo populismo. No sé si habrá octubre pardo, pero las derechas actúan como si lo fuera a haber. Hasta el punto de haberle provocado escalofríos a Inés Arrimadas.

Mientras Iñigo Urkullu se ha anticipado al otoño, convocando elecciones antes de que la riada social se lo lleve por delante, en Catalunya octubre aparece como una nueva oportunidad para el independentismo más irredento. Desde el principio de la pandemia, Agustí Colomines, el ideólogo más implacable del 'procés', ya advirtió con retintín de que el covid-19 igual consigue lo que Oriol Junqueras siempre quiso: ampliar la base social del independentismo. Puede que sea así, entre los errores del Gobierno de Pedro Sánchez y la machacona propaganda de TV-3, pero ¿habrá octubre 'indepe', como sueña Carles Puigdemont? Desde los años 30, el independentismo siempre ha soñado en un factor exterior para dar el salto. La revolución de los mineros asturianos, la guerra civil y la crisis del 2008. Es la apuesta de Quim Torra, que se niega a convocar elecciones para poder fantasear que esta vez, por fin, es la buena. Y por si acaso, se anticipa pidiendo la luna para poder decir, en octubre, que la culpa del hambre la tiene también el Gobierno de Sánchez. La política es sueño, y los sueños, sueños son, como decía Segismundo, sin embargo, está por ver adónde lleva un nuevo pulso independentista en medio de la mayor crisis social que han conocido España y Catalunya desde los años 30. Entonces, no condujo a nada bueno.

¿Hay otra manea de gestionar el octubre que se nos viene encima para que no sea de los unos o los otros, sino de todos? Sin unidad, no lo creo. No basta con la unidad, porque hace falta capacidad de gestionar con eficacia los fondos ingentes a disposición de las administraciones, pero sin consenso no veo más que caos. Un escenario en el que la calle será de muchos y el poder de nadie. Algo que en los años 30 condujo a males mayores.  

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