IDEAS

Canciones alegres, días tristes

zentauroepp53335851 icult200506155940

zentauroepp53335851 icult200506155940 / periodico

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Jamás pensé que bajaría a la calle solo para tirar la basura tarareando los versos "ponte en algo, vive y vacila". Los canta el salsero Ray Barretto y, como muchos otros himnos a la vida plena, a exprimir lo mejor de la existencia, a vivir la vida, estos días suenan algo irónicos. "Ponte canalla, ponte canallón", aquí estoy, tirando el vidrio que contuvo vino en el contenedor verde. "Lo que tú te llevas, hermano", los plásticos al amarillo, hermano, "es lo que has gozado", mucho. "Vacila como yo, vacila como yo, vacila como yo", es fácil decirlo, espera que saco las llaves de casa, que con el guante es más difícil. "Vive y vacila", sí, ahora subo y me abro un Danonino.

La pandemia de coronavirus ha favorecido el auge del optimismo musical; en EEUU, después del 'crack' del 29, fue una cuestión de Estado

Y, sin embargo, la canción me ayudó en la maniobra. Un artículo en la 'Rolling Stone' americana repasaba hace unos días el nuevo auge del optimismo musical al calor de la pandemia. Explicaba cómo los compositores quedan en Zoom con la única premisa de escribir algo  luminoso, cómo las discográficas se centran en encontrar hits que levanten el ánimo, cómo las marcas se centran en clásicos refulgentes.

Que siempre ha sido así lo demuestra un breve viaje a los años 30 del siglo XX. Después del 'crack' del 29 existieron baladas tristes sobre migraciones, sí, pero arrasaron los musicales de Broadway, las comedias de enredos, el jazz saltarín de Benny Goodman y en las ondas resonaban versos que decían que "la vida es cómo un cuenco de cerezas, no te la tomes en serio, ¿cómo podrías perder lo que nunca tuviste?"

No fue casualidad: el poder sanador, o al menos paliativo, de la música se potenció desde lo público. El presidente Roosevelt creó esos años programas federales para documentar el folclore local (rescataba memoria y generaba trabajo) y financió giras a los rincones más recónditos (en ese pueblo necesitan aún más esta orquesta de jazz). Quizá podamos aprender de ello, cuando pensemos en rentas mínimas y en qué clase de arte necesitamos y en cómo ayudarlo desde el Estado.

Al fin y al cabo, la vida es un cuenco de cerezas y la mitad vienen podridas, así que habrá que bajarlas a la basura cantando para luego disfrutar de las que siguen rojas y carnosas.