Al contrataque

Pasear

Estornudo (¡tranquilos, rasgadores de vestiduras! Solo es por el polen) y un chico que camina diez metros por delante de mí se gira sobresaltado como si acabase de oír un disparo. Le sonrío encogiéndome de hombros

Dos mujeres pasean con mascarilla en Madrid

Dos mujeres pasean con mascarilla en Madrid / periodico

Milena Busquets

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Antes del coronavirus ya casi nadie salía a pasear, o bien salíamos a hacer algún recado o bien salíamos a caminar. Pero ¿pasear? Pasear era algo que hacían los personajes de Proust por el Bois de Boulogne o por los Campos Elíseos. ¡Pasear era tan siglo XIX y principios del XX!

Se trataba ante todo de una actividad social (para tomar el aire, encontrarse con gente, cruzarse con el carruaje de tu amada) mientras que caminar (y ya no hablemos de correr por la calle, a ninguna sociedad anterior a la nuestra se le hubiese podido ocurrir tal cosa) no era más que una actividad física para no ponerse gordo.

Pero desde que hemos recuperado una parte de nuestra libertad, la gente vuelve a pasear. Salgo el domingo, o tal vez fuese lunes (los días se amontonan como el correo o fluyen como un riachuelo, según se mire) y las calles están llenas de gente de bien (bueno, llenas llenas, tampoco, que no se enfurezcan los cenizos y los agoreros, hay suficiente espacio entre las personas y no veo a nadie escupir al de al lado).

Me doy cuenta de que vuelve a oler a porro en el portal de siempre. Me cruzo con una niña disfrazada de princesa (los disfraces no han cambiado, el traje es igual al que llevaba yo de pequeña, no me permitieron nunca tener una muñeca Barbie, pero sí un armario lleno de disfraces). Algunos hombres van con la mascarilla medio bajada como en la serie 'Anatomía de Grey'. Estornudo (¡tranquilos, rasgadores de vestiduras! Solo es por el polen) y un chico que camina diez metros por delante de mí se gira sobresaltado como si acabase de oír un disparo. Le sonrío encogiéndome de hombros.

Un poco más allá, una mujer con camiseta rosa de deporte se abraza apasionadamente a un árbol, no es un abrazo vegetariano, es un abrazo de los de verdad. La gente pasa por su lado sin inmutarse. Si esta nueva normalidad implica mayor tolerancia con las rarezas ajenas, estoy muy a favor.

De pronto veo a una pareja saludando a otra con dos bebés en brazos desde una ventana y me entran unas ganas terribles de llorar. El chico que está detrás de mi en la cola de la panadería se da cuenta. Me sonríe.