Análisis

Regate corto o algo más

El acuerdo con Cs responde a un cruce de intereses que podría repetirse si Sánchez tiene mano izquierda

Sánchez, durante su intervención

Sánchez, durante su intervención / periodico

Joaquim Coll

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Hace 48 horas parecía un milagro que Pedro Sánchez lograra sacar adelante la cuarta prórroga. El lunes, ERC anunció su voto en contra y el PNV parecía inclinado por lo menos a abstenerse después de que Iñigo Urkullu manifestara el domingo que no era partidario de seguir alargando el estado de alarma. Ese fin de semana en la conferencia de presidentes autonómicos a Sánchez le llovieron todas las criticas por su forma de gestionar la crisis. En la oposición, el apoyo de Cs se tambaleaba después de que Inés Arrimadas se quejase amargamente que el presidente del Gobierno hacía semanas que no les llamaba. Por su parte, el PP acariciaba la posibilidad de votar en contra junto a Vox aun  a costa del caos sociosanitario que hubiera implicado el levantamiento del estado de alarma y del destrozo para la imagen del Estado. El Gobierno vio las orejas al lobo y reaccionó haciendo lo que debería haber hecho antes, levantar el teléfono y negociar.

Tras la votación en el Congreso quedan un par de interrogantes en el aire. Primero, si esta prórroga será la última como a priori parecen desear Cs y el PNV, formaciones con las que el Gobierno de coalición alcanzó un acuerdo in extremis. O si Sánchez logrará pactar una nueva fórmula de gestión que le permita seguir al frente de la crisis hasta completar a finales de junio todas las fases de la desescalada. El Gobierno no querrá lógicamente renunciar a la victoria sanitaria, es decir, al día en que pueda anunciar a la ciudadanía que no hay  muertos y ningún nuevo contagio. Para lograrlo no le queda otro remedio que seguir negociando con aquellos grupos que le han aprobado esta cuarta prórroga, teniendo en cuenta que el PP ha anunciado que en adelante votará en contra. Aunque los ertes y las ayudas sociales se desvinculen del estado de alarma, como Cs le ha exigido ahora, no parece que exista otro instrumento legal que permita limitar el movimiento de la población entre territorios. Y este es sin duda el mejor argumento que tiene el Gobierno para solicitar más prórrogas.

El segundo interrogante es si el acuerdo con Arrimadas anticipa un cambio de alianzas, es decir, que Cs vaya a relevar a ERC como apoyo parlamentario del Gobierno. Es muy prematuro afirmarlo pero es algo más que un regate corto porque la formación naranja parece decidida a volver al centro, a buscar oxígeno y a dejar de ser la muleta del PP. Además, el Gobierno confirma que ERC no es de fiar y que necesita de otros posibles socios para no ir atado de manos. En realidad, apoyarse en los republicanos para sostener la legislatura es jugar a la ruleta rusa. Al igual que el escorpión no dejará de clavar su aguijón en cuanto pueda, el partido de Oriol Junqueras priorizará siempre la estrategia secesionista y sucumbirá como ahora a las presiones de los más radicales. Este juicio no es un apriorismo sino la constatación de cuál ha sido su trayectoria. Así pues, el acuerdo con CS responde a un cruce de intereses que podría repetirse si Sánchez tiene mano izquierda. Lo que hace 48 horas parecía un milagro debería ser normal en política. Bienvenido el pacto.