Análisis

Construir la resiliencia social y ambiental de Barcelona en tiempos post-Covid-19

La ciudad necesita iniciativas para ampliar el espacio verde y también paliar las desigualdades como son los huertos urbanos en terrados y azoteas

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Isabelle Anguelovski

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Una ciudad resiliente es aquella capaz de minimizar y prevenir la magnitud de emergencias y recuperarse de crisis. Pero ante la actual crisis del covid-19, ¿cómo podemos fortalecer nuestra capacidad para sobrellevar el episodio de confinamiento y otros  de gran impacto social que, según los expertos, viviremos en el futuro de manera recurrente? ¿Cómo podemos evitar que las desigualdades sociales se vean amplificadas en una ciudad tan densa como Barcelona?

Probablemente la principal respuesta a nivel estructural es mejorar nuestros sistemas de salud pública, reinvertir en material de detección y protección, en servicios sanitarios y en I+D, a la vez que proporcionar mejoras condiciones laborales después de recortes draconianos. Solo, en Catalunya, el gasto sanitario bajó del 12% del 2009 al 2013. En el 2017, todavia estaba debajo (es decir 4.6%) de la cifra media española (5.5%) en término a gastos del PIB. Si en las próximas pandemias nuestro sistema no es puesto al límite, es factible concebir escenarios de confinamiento menos restrictivos. De todos modos, es y será importante tener en cuenta los efectos sobre las desigualdades sociales y la salud de estos escenarios. 

Los barrios más densos y grises, como Ciutat Vella y Sant Andreu, son también los que viven con peor salud. Por ejemplo, la esperanza de vida al nacer es de 80,3 años en el Raval contra 86,5 años en Pedralbes. Por otro lado, el verde público y privado en Pedralbes es mucho más elevado que en el Raval, lo que bajo circunstancias de no confinamiento ya implica que el entorno público y privado en los barrios altos es mucho más salubre.

Diferencias entre barrios

Durante el confinamiento, ha parecido factible que la propiedad de verde privado haya permitido a los residentes de los barrios altos de Barcelona adaptarse a la emergencia con más comodidad (si no se han ido a sus segundas residencias fuera de la ciudad), por ejemplo con más recursos para restaurarse física y psicológicamente gracias al verde y más espacio natural donde realizar actividad física –adaptación que hemos estudiado en una encuesta pública y abierta con colegas del Instituto de Investigación Médicas del Hospital del Mar (IMIM)–. El acceso al verde privado implica que en general la salud de estos residentes será mejor durante y después del confinamiento. En este contexto, ¿cómo podríamos mejorar la situación de aquellos que no disponen de espacios verdes privados?

Una respuesta a nivel micro podría ser capacitar nuestros edificios –y nuestras prácticas dentro de ellos– para vivir mejor. Si bien utilizar espacios comunitarios en edificios durante el confinamiento ha estado prohibido, podrían convertirse en espacio de refugio y de acceso al aire libre en el futuro. Espacios como azoteas y terrazas –que son mayormente espacios grises muy poco utilizados que pavimentan la ciudad vertical– podrían transformarse en espacios verdes a gran escala –por ejemplo, huertos urbanos–, ayudando así a la población que carece de verde privado. Además, la eficiencia de huertos urbanos para mitigar islas de calor y producir alimentos –incluso en entornos con elevada contaminación– ha sido mostrada por estudios como los del ICTA en la Universitat Autònoma de Barcelona. 

Mejora de la salud

El uso de huertos en tierra o azotea durante episodios de confinamiento podría producirse si cada residente pudiese tener acceso a ellos (y no solo los pocos que tienen llaves o permiso), si los usuarios se organizasen para tomar precauciones para controlar el número de usuarios que utilizan el espacio a la vez y para maximizar las precauciones higiénicas. Los beneficios de los espacios verdes en edificios, como por ejemplo los huertos urbanos en cubiertas verdes, cada vez están más demostrados. Estos huertos mejoran la salud general de sus usuarios, reducen las tasas de obesidad, de depresión, la satisfacción con la vida, y pueden crear nuevos espacios de solidaridad, encuentro, y convivialidad en la ciudad. Estos beneficios pueden ser particularmente importantes para personas vulnerables –como personas de bajos ingresos, con discapacidad, o enfermedad mental crónica, personas mayores, o menores–. Esta evidencia se ha puesto en práctica con proyectos como el de Horts al Terrat del Ajuntament de Barcelona. 

En resumen, ampliar el verde con, por ejemplo, huertos comunitarios en terrados podría mejorar a la vez la resiliencia social y ambiental de Barcelona, –siguiendo ejemplos como Filadelfia o Malmoe–, renaturalizar una ciudad como Barcelona tan construida, y paliar algunas de las desigualdades sociales que esta crisis ya está agudizando.

Firman también este artículo Margarita Triguero-Mas y Francesc Baró, del Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals de la UAB, así como el equipo del Barcelona Lab for Urban Environmental Justice and Sustainability (BCNUEJ).

(*) El artículo está dedicado a Artur Costa Company, abuelo de nuestra colega del BCNUEJ Montse Zayas, que nos dejó el 27 de marzo por culpa del covid-19.