¿Burbuja en el fútbol?

En la nueva normalidad, no existirá lo que no hemos echado en falta, lo cual no necesariamente significa que pasemos a valorar lo esencial

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Albert Sáez

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Jupp Heynckes, entrenador que ganó la Champions con el Madrid y el Bayern, ha dicho lo que muchos piensan y no se atreven: "las cifras de los fichajes y de los salarios de los futbolistas eran inmorales y ahora deben reducirse". Antes y después de la crisis del 2008, la burbuja del fútbol salió indemne siempre que estuvo a punto de reventar. Lo hizo gracias al pánico que provocaba la amenaza de un fin de semana sin partidos. Era poco menos que el fin del mundo. Políticos, entidades financieras o patrocinadores miraban hacia otro lado al comprobar que esa prodigiosa máquina de hacer dinero no conseguía pagar todos los impuestos, devolver los créditos o justificar el retorno de determinadas inversiones publicitarias. Desde principios de los años 90 del siglo pasado, la alianza entre los clubs y los que trafican con los derechos de televisión en un mercado de futuros ha generado una burbuja que permite pagar sueldos millonarios. Pero eso no sería lo más grave. Lo peor son las comisiones que generan los traspasos. Típico de cualquier burbuja financiera: se trata de no permitir nunca ver el valor real de los activos a base de comprarlos y venderlos.

Este coronavirus está siendo una especie de gran ensayo del fin del mundo: calles desiertas, fábricas paradas, coches en los garajes y estadios de fútbol desiertos. O peor aún, cientos de canales temáticos emitiendo reposiciones de partidos legendarios, la antítesis de la emoción que provoca la retransmisión televisiva de enfrentamientos con final incierto. Heynckes considera que, por fin, se pinchará la burbuja. Veremos. Por ahora, la Liga sigue dando miedo y la autoridad competente de la sanidad ha bailado a su son para evitar que se evidencie su desnudez. Veremos cuánto dura el enredo. El fútbol no deja de ser siempre, como le gustaba evidenciar a Michael Robinson, una gran metáfora de la vida. La nueva normalidad será un mundo en el que no existirá lo que no hemos echado en falta. Lo cual no significa, necesariamente, que pasemos a valorar lo esencial.

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