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Dilemas y controversias frente a la pandemia covid-19
La política no puede escuchar solo la ciencia que confirma sus ideas y la ciencia no puede convertirse en activismo a favor de una estrategia política
Fernando Benavides y Carme Borrell
Catedrático de Salud Pública en la Universidad Pompeu Fabra (UPF) y director del Master de Salud Pública (Universitat Pompeu Fabra/Universitat Autònoma de Barcelona).Doctora. Miembro de la Red de Científicas Comunicadoras. Experta en salud pública de la Agència de Salut Pública de Barcelona.
Fernando Benavides y Carme Borrell
La salud pública es invisible en tiempos normales. Las personas que trabajamos en ella nos dedicamos a las epidemias de gripe estacional, las campañas de vacunación, las zoonosis, el tabaquismo, la contaminación del aire, la violencia de género, los accidentes de tráfico, la pobreza energética o las desigualdades en salud. Es la rutina de los servicios de salud pública, en la Agència de Salut Pública de Catalunya o Barcelona, por poner ejemplos cercanos.
Ahora, desde que empezó la pandemia de la Covid-19, la salud pública ha adquirido una notoriedad que en algunos casos aturde. Periodistas, políticos, colegas de otras disciplinas y familiares nos piden recomendaciones para informar y tomar decisiones. La sobrecarga de trabajo es la norma y la sobreactuación una expresión no deseada por los profesionales.
No es aceptable que se tomen decisiones a espaldas de las instituciones de salud pública
Ante estas solicitudes, nuestra obligación profesional es poner nuestro conocimiento al servicio de un único objetivo: proteger la salud de las personas. Quienes trabajamos en el ámbito de la salud pública, asumimos las responsabilidades que nos corresponden y tratamos de fortalecer las instituciones de salud pública. Esto último es fundamental, pues estas quedan y lo que aprendamos permanece como valiosa experiencia para transmitir a los profesionales que deberán bregar con futuras crisis de salud.
Por eso lamentamos profundamente la imagen que se ha podido dar estos días, mostrándose ante la opinión pública un enfrentamiento entre personas expertas en salud pública. Esta imagen perjudica a todas y todos los salubristas que día a día tratamos de hacer nuestro trabajo con el mayor rigor científico y compromiso social.
Debate a golpe de manifiestos
El debate político sobre cuáles son las mejores medidas para hacer frente a la pandemia es lógico. Las diferencias son razonables y necesarias. Pero estas, deben ser debatidas con argumentos científicos, basados en datos, no en opiniones. Las opiniones son sin duda respetables y tienen su espacio para expresarse y debatirse. Pero no consideramos aceptable que el debate científico se haga a golpe de tuits y manifiestos. Hace falta un comité estable de personas expertas, legitimadas por su méritos científicos y representativas de la diversidad de disciplinas implicadas.
Hace falta un comité experto, legitimado por sus méritos científicos
La ciencia y la política tienen su interdependencia, pero a la vez deben tener su autonomía. Cada una debe elegir su lugar y los instrumentos apropiados, pero que no adornen con ciencia lo que es política, o viceversa. Las personas dedicadas a la política no pueden escuchar sólo a las expertas que confirman sus ideas: deben tener en cuenta el amplio rango de disciplinas implicadas en la comprensión de una pandemia. Las personas científicas, por su parte, no pueden convertirse en activistas a favor de esta o aquella estrategia política: su función es proporcionar la evidencia, y son la política y la sociedad quienes tienen que tomar decisiones basadas en esa evidencia, que nunca podrá ofrecer certeza absoluta.
En Catalunya y en el resto de España tenemos instituciones académicas y administrativas de salud pública que deben ser fortalecidas, como se ha puesto en evidencia durante esta crisis. La salud pública está infrafinanciada (menos del 2% de todo el presupuesto en salud) y las instituciones han sufridos recortes importantes en los últimos años. Se debe poner en funcionamiento la recién recuperada Agència de Salut Pública de Catalunya y al mismo tiempo desarrollarse la ley general de salud pública en España. Estas serían las mejores lecciones extraídas de esta pandemia. Por ello, no es aceptable que se tomen decisiones a espaldas de este rico entramado de instituciones, y tampoco que se desarrollen diferentes estrategias movidas por diferencias electorales, y no tanto por discrepancias científicas.
No se pueden hacer adivinanzas
La segunda lección, realmente urgente, es que necesitamos más y mejores sistemas de información para una vigilancia epidemiológica efectiva. Los márgenes de error que rodean los parámetros fundamentales de una pandemia no permiten hacer adivinanzas. Es imprescindible dibujar varios escenarios y explicitar las incertidumbres.
Se plantean
estrategias distintas por diferencias electorales y no científicas
Los sistemas de vigilancia epidemiológica son como sextantes que nos orientan para navegar en medio de la crisis y para salir de ella. Estos sistemas necesitan información sobre casos y contactos, trazabilidad del virus, estado inmunológico de las personas (con garantías de confidencialidad), servicios sociales y de salud, pero también indicadores sociales y económicos que ayuden a enfrentar la otra crisis que ya está dando la cara con las cifras de paro y pobreza dadas a conocer estos días. Una segunda crisis que puede provocar más daño, en términos de enfermedad y mortalidad, que la sanitaria, si no tomamos las medidas oportunas.
Para ello también son necesarias la epidemiología y la salud pública. El trabajo no se acaba con la crisis de salud, aunque posiblemente después ya no nos llamen profesionales del periodismo y la política. Volveremos a ser invisibles, pero esperemos que más sabios y fuertes.
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