COMPORTAMIENTOS DISONANTES

Demasiado ruido

Podemos (y debemos) reconstruir un espacio de deliberación en la arena pública: con más empatía y respeto

Transeúntes y deportistas, en el paseo de la Barceloneta, el sábado 2 de mayo, primer permitido

Transeúntes y deportistas, en el paseo de la Barceloneta, el sábado 2 de mayo, primer permitido / periodico

Gemma Ubasart

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Este sábado la BBC abría los boletines informativos con la noticia de que, por primera vez después de siete semanas, en España las personas adultas podían empezar a salir a la calle a pasear y a hacer deporte. En uno de los países donde el confinamiento ha sido más estricto, el espacio público volvía a recuperar cierta vida. Eso sí, con mascarillas, pautas de distancia física y buenos lavados de manos. El tono de la noticia era de esperanza: el esfuerzo ha valido la pena. La reducción de la circulación del virus ha sido un éxito de toda la sociedad. A todo ello hay que sumar las redes de solidaridad que de manera formal o informal se han ido generando en barrios y pueblos.

La encuesta sobre el impacto del covid-19 que hizo pública esta semana pasada el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) indica que nueve de cada 10 encuestados seguirán las instrucciones de las autoridades aunque no estén de acuerdo. Se trata de un dato indicativo de un nivel relevante de compromiso cívico. Las reivindicaciones libertarians de Donald Trump, Jair Bolsonaro y Vox parece que no se necesitan en la sociedad catalana. También cabe destacar que más de la mitad de los encuestados afirman que las personas que viven en su barrio o vecindario miran en general por los intereses y necesidades de los demás y solo dos de cada 10 responden negativamente. Bastante confianza con los comportamientos de los demás en este confinamiento. Es cierto que, como bien apuntan Jordi Muñoz e Ignacio Sánchez-Cuenca en dos artículos escritos recientemente, la confianza interpersonal y en los políticos en abstracto está en España (y en Catalunya) en la franja baja de Europa. Ahora bien, cuando esta se materializa en un problema concreto, hay modulación (en la pandemia, pero también en otros episodios).

No podemos permitírnoslo

Pero la imagen positiva de nuestro 'hacer' choca claramente con el ruido y la penosidad de la conversación pública en nuestro país. Basta con abrir Twitter estos días y rastrear algunos grupos de Whatsapp. O simplemente escuchar los titulares de algunos personajes públicos que ponen en circulación a modo de perlas fascistizantes. Ruido, demasiado ruido. Y no nos lo podemos permitir. Menos en un estado de pandemia. En las mismas actuaciones de la Generalitat, por poner un ejemplo, podemos ver esta disintonía: buena gestión por parte de quienes trabajan en la complejidad del día a día (Alba Vergés y Àngels Chacón), salidas de tono de los que están en la primera línea comunicativa (Quim Torra, Meritxell Budó o Miquel Buch).

Llevamos 25.000 muertes en todo el Estado y 6.000 en Catalunya, con todo el sufrimiento de familias y amigos. Miles de personas enfermas. Una economía hundida que, a pesar de las numerosas inyecciones públicas, no sabemos si se recuperará en forma de V, U o L. Una parte importante de la ciudadanía se está quedando sin trabajo y sin recursos. Niños sin escuela y un mundo sin cultura viva. Podemos (y debemos) reconstruir un espacio de deliberación en la arena pública: con más empatía y respeto. Es necesario que una pluralidad de voces científicas, políticas y ciudadanas aporten su grano de arena. Que informen, dialoguen y discrepen si es necesario. Rompamos los bloques que arrastramos de una etapa ya pasada de nuestra historia y miremos el futuro. Sin enfrentamientos y con esperanza.