Follow the leader, leader ¡sígueme! ¡sígueme!

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso. / AFP / ANDRÉS BALLESTEROS

Josep Martí Blanch

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En 1998 el dj holandès, Van B. King, se sacó del sombrero una chapuza musical que acabó siendo un bombazo planetario: "follow the leader". La creación del neerlandés, interpretada en los escenarios por The Soca Boys, incluía una coreografía que derivó en un fenómeno de alcance mundial, similar al que unos años antes habían protagonizado el dúo español Los del Río con "Macarena". La propuesta bailonga de "follow the leader" quedaba reducida a seguir disciplinadamente las órdenes de la letra de la canción: arriba, abajo, derecha, izquierda, aplaudir, esperar, aplaudir, esperar.

La gestión de la pandemia por parte de Pedro Sánchez tiene el espíritu de esa vieja canción. Oposición, autonomías, ayuntamientos y ciudadanía, todos a seguir al líder vaya donde vaya, esperar y aplaudir. Clap and wait!

En la última cita de lo que ya podemos considerar su programa televisivo semanal de los sábados, el presidente-coach-leader Pedro Sánchez vino a decirnos, en relación a la nueva prórroga del estado de alarma, que no hay mas plan que el suyo, diga lo que diga, no solo la oposición, sino también algunos de los grupos de la mayoría parlamentaria que le permitieron alcanzar la presidencia y que, como el PNV, están meditando seriamente dejar de prestarle su apoyo para tal fin.

No hay duda de que optar por la gestión centralizada y personalista de la pandemia tiene que ver con los manuales de estrategia política que consideran los desastres no provocados como una oportunidad de crecer y afianzarse como líder; algo que el presidente español, con un gobierno débil y a precario en lo tocante a apoyos parlamentarios, necesitaba y sigue necesitando. Follow the leader, ¡sígueme! ¡sígueme!

Es Pedro Sánchez quien ha escogido manejar la pandemia en solitario. Menospreciando al resto de actores desde un doble convencimiento. El primero, aunque se cruce una pandemia de por medio, ni quiero (no es rentable políticamente) ni puedo (Podemos no lo permitiría) romper los bloques ideológicos en los que vive instalada la política española, así que voy a seguir ignorando a la oposición.  Segundo, como para los partidos que me dieron su apoyo para llegar a la presidencia -particularmente PNV y ERC- cualquier otro escenario político español será peor que el que tienen conmigo, no tengo motivos para preocuparme, porque de un modo u otro su seguidismo está garantizado por muchas pataletas que protagonicen de cara a la galería.

Nos enteramos por la vicepresidenta y ministra de Asuntos Económicos que el Gobierno prevé, a causa de las medidas tomadas en la lucha contra el Covid-19, una caída del PIB del 9,2% para el presente ejercicio y una tasa de paro del 19%, según el Plan de Estabilidad 2020 que el ejecutivo ha remitido a Bruselas. De momento son sólo porcentajes y para la mayoría de la población aún es pronto para que podamos hacernos una idea de lo que este desastre supondrá en realidad cuando se traslade a los escenarios de vida cotidiana. Y eso sin que haga falta añadir que, en realidad, la mayoría de las previsiones, incluso las que se manejan en entornos gubernamentales, son mucho peores. También empieza a estar claro que España va a ser uno de los farolillos rojos en lo tocante a los resultados tangibles de la gestión sanitaria de la pandemia.

Vistas así las cosas, no parece muy racional que el presidente siga empeñado en seguir interpretando su particular y solitario "Follow the leader", ¡sígueme!, ¡sígueme! en versión extendida, convencido que al final de la actuación, con los hospitales ya respirando y pudiendo los españoles ir a tomar cañas con los amigos, todo van a ser aplausos y parabienes. La alusión en su última aparición televisiva a que está dispuesto a contar con las autonomías en la desescalada no sólo no es creíble, como ha quedado demostrado en su posterior reunión telemática con los presidentes autonómicos de la mañana de los domingos, sino que llega tarde. Aun así, algo sí ha demostrado Sánchez, aunque involuntariamente, desde el inicio de todo esto: cualquier intento de recentralización competencial no sólo atenta contra la realidad, sino también contra el sentido común, el interés general y la eficacia.

Se dirá, para exculpar los tics autocráticos de Pedro Sánchez, que para que el presidente pudiera mostrarse más proclive a contar con la oposición, la actitud de esta (dejando a un lado a los carroñeros de la ultraderecha) debiera ser menos mezquina y partidista. Y que para sumar de verdad a las autonomías en la lucha contra la pandemia, debiera suceder también que estuvieran garantizados los mínimos de lealtad de estos ejecutivos, en particular el del catalán.

Sirven los atenuantes. Pero el plus de responsabilidad en una democracia, más aún con un estado de alarma que se estira como un chicle, está en la espalda de quien gobierna. Ha querido hacerlo solo y estará solo cuando acabe. No le arriendamos la ganancia. "Follow the leader", ¡sígueme!, ¡sígueme! ¿A dónde, presidente?