BARRACA Y TANGANA

Salvarnos

Después de superar un gran obstáculo, lo sabe cualquier equipo y cualquier hincha, uno se toma de otra forma las dificultades de la competición y de la vida

Un padre y un hijo juegan a fútbol  en un parque de Palma, aprovechando las nuevas franjas de salida

Un padre y un hijo juegan a fútbol en un parque de Palma, aprovechando las nuevas franjas de salida / periodico

Enrique Ballester

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A veces se ve la luz al final del túnel y otras se ve el túnel al final de la luz. La vida es lo que sucede mientras vas y vuelves de un estado a otro. Pero siempre hay una luz. Y un túnel.

Del fútbol he aprendido al menos tres cosas: con frecuencia la injusticia asoma sin remedio, la juventud es un bien efímero y el talento es la única verdad. Estos días están llenos de contradicciones que difuminan cualquier aprendizaje rápido, días que además desafían el valor real del tiempo. Arrastro una sensación deprimente y generacional: entramos en el confinamiento apurando la juventud y saldremos del confinamiento rotundamente viejos, como si algo se nos hubiera muerto por dentro, como si no hubieran pasado meses sino lustros. La exigencia de respuestas choca con mi recurrente confusión mental, porque todo es de certeza escasa y variable impresión. Constantemente me preguntan qué pienso y cómo estoy, pero apenas sostengo más de cinco minutos una misma opinión.

Anoche pensé que la experiencia clave de mi vida fue seguir a mi equipo durante siete años por el barro de la Tercera División, porque ese proceso de caída y destrucción cambió mi manera de ver a las personas y, en consecuencia, el mundo a día de hoy. Antes solía ser más ingenuo. Antes solía ser más optimista. Ahora soy más cínico. Casualmente, estos días, la postura de los aficionados sobre cómo terminar la temporada coincide en su mayoría con lo que más beneficia a sus respectivos equipos, pero no importa.

Persiguiendo la luz al final del túnel, en Tercera, pasé de querer cambiar las cosas a asumir cómo las cosas te cambian. Porque cómo vas a cambiar el mundo si no eres capaz de cambiarte los calzoncillos, que cantaría John Grant. Cómo vas a salvar a tu equipo si ni siquiera sabes si podrás salvarte a ti mismo.

Emoción tóxica

Cuando regresaba en coche a casa después de una derrota humillante en algún campucho, en una espiral de mentiras, impagos y mezquindad pura, o rumiando la crónica después de perder una eliminatoria en la última jugada, o después de fallar un penalti decisivo en una tanda que valía un ascenso, cuando regresaba en coche a casa cuestionando qué estaba haciendo con mi vida, sin saber siquiera si mi equipo desaparecería, me obligaba a retener ese momento en la mente, me obligaba a capturar y guardar esa emoción tóxica para luego pensar, cuando llegáramos a la luz -que al final llegamos- que cualquier mal momento podría ser peor, que podría ser como en Tercera rozando el apagón. Lo tengo ahora siempre presente, y la verdad es que después de superar un obstáculo equivalente, lo sabe cualquier equipo y cualquier hincha, uno se toma de otra forma las dificultades de la competición y de la vida.

Por eso, cuando cambié de trabajo y me ordenaban tareas que no entendía, que algunas parecían pruebas para a ver si me iba, pensaba que podría ser peor, que al menos no me estaban insultando en Tercera División. Y cuando este año mi equipo perdía no me causaba ni un rasguño, por lo mismo. Y quizá dentro de un tiempo nos pase algo malo y nos ayude pensar que podría ser peor, que podría ser como entonces, cuando el coronavirus.