Análisis
Tiempo de salud pública
Los centros de investigación no pueden suplir la necesidad de una agencia con masa crítica y liderazgo institucional
Jordi Casabona
Médico epidemiólogo. Campus de Can Ruti. Director científico del CEEISCAT. Secretario del Grupo de ITS de la Sociedad Española de Enfermedades Infeciosas y Microbiologia Clínica (SEIMC).
Jordi Casabona
Dicen que la salud pública solo se ve cuando las cosas van mal, porque su objetivo es evitar que se lleguen a producir y que los efectos de su acción (o falta de ella) suelen diluirse en la población y el tiempo. Quizá por eso, históricamente en España se ha consolidado una actitud institucional de "aquí no pasa nada, todo está controlado", a veces reforzada por opiniones personales de profesionales mediáticos, algunas de cuyas declaraciones infravalorando la epidemia del covid no ayudaron nada.
Esta actitud es insostenible con problemas de salud agudos y graves, como el covid, en los que las consecuencias de las decisiones son obvias y el diferente impacto observado entre países así lo demuestra. En España, el epicentro de la epidemia han sido los centros asistenciales y sociosanitarios, siendo uno de los países con el mayor porcentaje de profesionales sanitarios afectados y <strong>según un estudio usando un índice de riesgo / capacidad de respuesta</strong>, el último de la Eurozona. A pesar de que es difícil cuantificarlo, de haberse dispuesto antes de protocolos de contención y de equipos de protección individual en los centros, de la logística para estrategias de cribado proporcionales y el confinamiento se hubiera hecho antes, seguro que no habríamos llegado a niveles de incidencia, y por tanto de morbi-mortalidad, tan altos.
Ahora, sin embargo, no es el momento de críticas, sino de apoyar las acciones en marcha y, sobre todo, dadas las incógnitas sobre el comportamiento biológico y poblacional del covid, diseñar las próximas lo mejor que podemos. Pero sí es una oportunidad para reflexionar sobre la reconocida debilidad del sector de la salud pública, que en definitiva es el que debe prever y eventualmente diseñar y liderar la respuesta a las crisis; y debe hacerlo de forma continuada, integrando aspectos epidemiológicos, operativos y logísticos, legales y de derechos humanos, sistemas de información y evidentemente a infectólogos e inmunólogos.
La falta de escuelas de salud pública para formar profesionales y el hecho de que el sector haya quedado integrado en las estructuras funcionariales de las administraciones y por tanto sometido a un sistema jerárquico de méritos administrativos y no profesionales, sin acceso a formación continuada de calidad y con unos medios técnicos a menudo insuficientes, ha dificultado la modernización del sector.
Aunque en nuestro contexto tenemos grupos de investigación epidemiológica de élite, sus objetivos académicos complementan pero no suplen la necesaria capacidad de acción institucional y sobre el terreno, que a menudo -de forma absolutamente meritoria por parte de sus profesionales- es meramente administrativa . El resultado es una falta de masa crítica y de liderazgo técnico institucional, que debilita el sector y minimiza su capacidad de influencia.
Por el contrario, el sistema asistencial público de Catalunya, con la colaboración del sector privado, ha demostrado seguir siendo -a pesar de la merma en su financiación- sólido y sobre todo resiliente. Ha reaccionado con una intensidad y celeridad admirables: las direcciones sanitarias y hospitalarias y los servicios de enfermedades infecciosas han reconvertido en días estructuras para priorizar la atención a los enfermos agudos por covid; el esfuerzo de la administración catalana para minimizar las dificultades administrativas derivadas del modelo estatal para adquirir material es digno de elogio y finalmente, no somos conscientes de lo que ha conseguido el compromiso de los profesionales sanitarios, desde los celadores, auxiliares, enfermería, laboratorios y médicos, incluyendo la movilización de los residentes jóvenes, para hacer las tareas que han sido necesarios. De lo contrario las tasas de mortalidad habrían sido aún más altas.
La crisis del covid ha confirmado, tras los avisos del SARS (2003) y del MERS (2012), la plausibilidad de una pandemia grave por un virus respiratorio, evidencia la vulnerabilidad de la sociedad del bienestar occidental y la incapacidad de una respuesta coordinada a nivel global. A nivel internacional es básico un mayor compromiso político de cooperación y disponer de protocolos de respuesta consensuados; en Europa debería haber un fortalecimiento político y técnico del European Center for Disease Control, que ahora no tiene ninguna capacidad de incidencia real en los países; y a nivel local, es imprescindible crear un cuerpo de profesionales formados en salud pública y consolidar un órgano (Agencia de Salud Pública) que los pueda acoger con la suficiente flexibilidad de gestión y capacidad de formación, liderado por profesionales independientes de perfil técnico y que cuente con los correspondientes recursos.
Esta pandemia ni se ha acabado ni será la última. En África dicen que el mejor momento para plantar un árbol fue hace una semana, pero que el próximo mejor momento es mañana. Estaría bien convertir esta crisis también en una oportunidad.
*Médico epidemiólogo. Afectado por el covid-19.
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