Al contrataque

La infantería de la transición

El coronavirus se ha cebado en los nuevos parias de la tierra: los viejos, los inmigrantes forzosos y la legión de precarios de todo tipo

Una persona mayor es atendida en una residencia en Madrid.

Una persona mayor es atendida en una residencia en Madrid. / periodico

Antonio Franco

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Aviso de que voy a escribir un artículo incómodo sobre cosas que ya saben pero que tal vez no se subrayan suficientemente. Empezaré desbaratando una falsedad: no es verdad que todos seamos iguales ante esta pandemia, no es justa su aureola llamémosla democrática porque el virus puede pillarlo cualquiera. Es un sí pero no. Las estadísticas demuestran que preferentemente hace daño y mata a tres grupos, los viejos menos protegidos, quienes viven en situaciones precarias, y los sanitarios que les atienden. Los médicos y enfermeros en su inmensa mayoría por ética y decencia, aunque algunos seguro que lo hacen por la estricta necesidad de cobrar aunque sea por esta tarea. Para los demás es como una gripe malísima y muy contagiosa pero psicosis aparte no mucho más.

La franja cogida de lleno son mayores, trabajadores jubilados, muchísimos viudos o viudas. Cuando se hagan los números de la verdad saldrá que los caídos en los geriátricos son realmente más del 40%. En nuestro país la mayoría de esas víctimas son anónimas -aunque haya excepciones-, se han ido sin despedirse bien y sin que les escriban necrológicas pero formaban parte de una generación que fue histórica antes de su final arrugado y con aroma a alzéimer. Fueron la infantería de la transición. Sufrieron la cutrez airada de la posguerra, vivieron -seguro que con ilusión- el regreso de la libertad y casi todos ellos soñaron con llegar a una modesta prosperidad personal. Luego tuvieron que ver que España se enriquecía con su esfuerzo pero dejándoles a ellos bastante abajo y al margen, en una precariedad habitual y con mucho miedo al paro. Ese vivir justito empeoró a medida que perdían vigor y cuando la edad empezaba a matarles amigos. Llegaron por fin a unas pensiones, aunque insuficientes pero encima, entonces la política de la moda liberal les aplicó aquellos recortes sociales que parecían hechos para castigar unos despilfarros y unas corrupciones que ellos, precisamente ellos, no habían hecho.

Recurriré a una expresión fea por la que me reprendía mi madre: el coronavirus es un hijo de puta implacable que se ha cebado en los nuevos parias de la tierra (¡arriba, arriba!): los viejos, los inmigrantes forzosos almacenados en campamentos siniestros (¡nunca llegaremos a saber lo que debe estar pasando ahora con ellos!) y la legión de precarios de todo tipo que trabajan poco o casi nada aunque deseen hacerlo mucho. Urge una reconstrucción, como dice todo el mundo, pero urge que en esa reconstrucción quepan dignamente de verdad también ellos.