IDEAS

Animales en jaulas

Cuando estos días se habla de jabalíes en el Louvre o de pulpos en los canales de Venecia no se dice nada de las cotorras

Tiger King    Netflix

Tiger King Netflix / periodico

MIQUI OTERO

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Podría decir que ayer, cuando bajé la basura, me azotó la belleza por el aroma que me envolvía mientras trinaban unos pájaros. Pero en realidad, ya en la calle, lo que escuché fue el arrullo idiota de un par de palomas grises y el chillido escandaloso de una cotorra argentina.

Estas cotorras, a veces bautizadas como demonios verdes, llegaron en 1986 como animales de compañía, también al zoo. Se escaparon algunas, se aparearon y, desde entonces, hostigan al resto de aves de la ciudad. Por alguna razón, cuando estos días se habla de jabalíes en el Louvre o de pulpos en canales de Venecia, de la milagrosa reaparición de la naturaleza por la cuarentena, no se habla de ellas. Y, sin embargo, y aunque sea a gritos estridentes, siempre nos han enseñado algo.

Es curioso como esas fotos coinciden estos días con la moda de la<strong> serie documental 'Tiger King'</strong>, que explora el delirante universo de los zoos privados sureños en EE UU: hay más grandes felinos en ellos que en el resto del planeta. Se ha dicho que este virus es culpa de los animales salvajes, murciélagos fugívoros, vendidos en mercados chinos. Pero tradicionalmente quien ha tenido animales exóticos en sus mansiones es quien ha pensado que tenía el mundo en sus manos. 

Jesús Gil se paseaba por el palco del Vicente Calderón con 'Furia', su cocodrilo; Elvis retozaba con un canguro, Audrey posaba con un ciervo, Joséphine Baker abrazaba a un leopardo en las fotos, Mike Tyson hasta actuaba con un tigre.

Hace relativamente poco se supo más del zoo privado de Pablo Escobar, con sus cacatúas negras de Indonesia, sus gallinas guineanas y sus hipopótamos. De hecho, eso ya lo sabía Juan Pablo Villalobos, que en su novela 'Fiesta en la madriguera' inventa al hijo de un todopoderoso narco empeñado en que le regalen un hipopótamo enano de Liberia. 

¿Qué es, pues, un animal salvaje en una ciudad? Quizás el recordatorio de que estamos sujetos al destino común de un planeta, de que nos creemos muy poderosos, de que hay gente muy hortera y tóxica, de que todos somos un poco idiotas. Cuando alguien mete a un animal salvaje en su casa, el salvaje es él.