La clave
Michael Robinson
Demostraba partido a partido que lo que este viejo oficio de periodista exige es conocimiento de lo que hablas, saber explicarlo y pasión por ello
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
Joan Cañete Bayle
De pequeño montaba partidos de fútbol con los playmobil en el espacio entre el sofá y la mesa del comedor. Con mi mejor voz de falsete, retransmitía los partidos, imitando a los locutores que amenizaban mis largas tardes dominicales de deberes escolares con sus goles cantados hasta la ronquera, el minuto y resultado en los campos de Segunda y los penaltis en Las Gaunas. La vocación periodística me nació con Fernández Abajo, Joaquim Maria Puyal, José María García y tantos otros. Quería ser periodista no para viajar a lugares remotos, sino para cubrir un Mundial de Fútbol, ¿puede haber algo mejor que narrar el gol de Maradona en México? Como suele, luego la vida dispuso.
De aquel niño queda la pasión por el buen periodismo deportivo y, en especial, la devoción por los grandes locutores y comentaristas, los Torquemada, los Áxel Torres, los Daimiel. Michael Robinson era de esa estirpe, pese a que durante años se confundió y se dedicó a marcar goles. Robinson demostraba partido a partido que, en esencia, lo que este viejo oficio de periodista exige es conocimiento de lo que hablas, saber explicarlo y pasión por ello. Los cínicos no sirven para este oficio, dice la famosa frase de Ryszard Kapuscinski, y tiene razón, pese a que se da la paradoja de que este trabajo está repleto de ellos. Los buenos periodistas de verdad saben que este asunto va de ver y contar, de construir un mirada propia que se transmuta en voz, prosa, fotos, gráficos. Robinson miraba y contaba dispuesto a maravillarse cada partido con otro regate, con otro gol. A eso, levantar cada día de cero un edificio de noticias aunque caigan chuzos de punta y los ojos se lamenten de que están cansados de mirar, los periodistas lo llamamos vocación.
Hemos perdido a Robinson cuando el periodismo debe contar una crisis sin precedentes que, además, sufre en primera persona. Más que nunca, debemos mantener nuestra mirada afilada y limpia. Y a los cínicos, cuanto más lejos, mejor.
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