Análisis

El confinamiento de la vieja política

Cuanto más se acerca el fin del confinamiento más parece que, en España, muchos aún hacen política para un mundo que ya no existe.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en la sesión de control al Ejecutivo celebrada el miércoles 22 de abril en el Congreso

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en la sesión de control al Ejecutivo celebrada el miércoles 22 de abril en el Congreso / periodico

Antón Losada

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La política de toda la vida parece convencida de que, a base de ponerse mascarilla y guantes en la tele y repetir mucho “nueva normalidad”, podrá seguir como siempre y ahorrarse los cambios y sacrificios que los demás deberemos implementar en nuestras vidas y viejos hábitos. La sorpresa que se van a llevar a un lado y al otro puede resultar colosal. Cuanto más se acerca el fin del confinamiento más parece que, en España, muchos aún hacen política para un mundo que ya no existe. Tan necesario como el desescalamiento hacia una política diferente para un mundo diferente, se antoja confinar esa política antigua y caducada.

Nada avanza en sus planes el Gobierno, pero confiemos que tenga una estrategia para su propio desconfinamiento. No podrá seguir gobernando mucho más a base de homilías de prensa, mezclando la unidad con el mando único y explicándonos que todos sus esfuerzos se concentran en lo importante. Pasó el tiempo de los golpes de efecto y los trucos de comunicación. Repetir tantas veces “nueva normalidad” solo te convierte en meme. Al presidente le corresponde la misión de unir al país en la tarea de la reconstrucción, como hicieron Winston Churchill o F. D. Roosevelt, a quienes tanto hemos citado estos días. Empeñarse únicamente en endosar la desunión traería su desgracia.

Elegir la provincia para la desescalada carece de motivación sanitaria. Sólo tiene explicación política: cortar la competencia entre autonomías por apuntarse como un éxito salir los primeros y quitar a los presidentes la posibilidad de lucir en la pasarela de la salida. El truco funcionará unas semanas, pero no resulta sostenible. Antes o después deberá devolver lo que no es suyo. Es responsabilidad de Sánchez hacerlo de manera que las instituciones salgan reforzadas en eficacia y confianza, no ajustando cuentas pendientes.

Sabemos que a la oposición no le gusta el plan de Gobierno, aunque desconocemos si manejan su propia ruta de desescalamiento. La estrategia del 'todo mal' puede amortizarse cuando todo son malas noticias y los competidores solo pueden dar novedades aún peores. Se convierte en una opción de alto riesgo cuando la competencia empieza a suministrar buenas nuevas. A Pablo Casado se le plantea de nuevo ese dilema recurrente y pendiente desde el comienzo de la legislatura: qué quiere ser de mayor, Mariano Rajoy o José María Aznar. Deberá elegir entre acompañar al Ejecutivo en las fotos de la desescalada, reforzando su perfil de partido de Estado, o apostar por el mal agüero y rivalizar con Santiago Abascal por convertirse en el héroe invencible de los trolls que infectan las redes sociales. 

Le guste o no, la elite política del planeta se dividirá en dos clases. Quienes entiendan que el mundo para el cual se hacía aquella política de declaraciones a discreción y producción masiva de indignación ha desaparecido, y quienes sigan anclados en esa politiquería de propaganda y que también van camino de su extinción, solo que aún no lo saben.