LA CLAVE

La guerra de los viejos

La pandemia ha desnudado la cruel realidad de los geriátricos. Miles de ancianos condenados a una muerte en soledad porque el sistema arrincona los cuerpos gastados que ya no le resultan productivos o rentables

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zentauroepp53007508 geriatrico coronavirus200402175338 / FERRAN NADEU

LUIS MAURI

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Conocí a Manuel B. cuando yo tenía 16 años y él se acercaba  a los 60. Trabajábamos juntos en la central española de una multinacional de matriz alemana y belga. Era un hombre simpático, siempre amable y comprensivo. Había combatido con la quinta del biberón en el <strong>frente del Ebro</strong>. Aún le horrorizaba el recuerdo.

La compañía empleaba a varios hombres de la edad de Manuel B., unidos entre sí por una vieja amistad y algún rencor. Siempre que iban al funeral de un conocido común, terminaban consolándose en un prostíbulo. Al día siguiente, sus relatos se me antojaban una especie de celebración de la vida. Hoy pensaría además que aquel rito fúnebre y sexual se fundamentaba en la <strong>esclavitud de otras personas</strong>, pero entonces esta noción ni se me pasaba por la cabeza.

Algunos viernes por la tarde, al terminar la semana, íbamos a comer sardinas fritas y beber vino blanco amontillado en un bar que Manuel B. conocía en el mercado de Collblanc. Yo le pedía incansablemente relatos de la batalla en la que había participado con casi mi misma edad. Él solía repetir que a la guerra habría que enviar a los viejos en vez de los jóvenes, que mandar al matadero a los muchachos era un crimen contra la humanidad.

Si Manuel B. no hubiera muerto hace muchos años, hoy habría visto cumplida su sugerencia. En la <strong>guerra del coronavirus</strong>, las batallas más sangrientas se están librando en las residencias geriátricas. Ancianos desvalidos en la primera línea de frente. Abandonados a su suerte, tan mal asistidos y equipados como aquellos mozos de la quinta del biberón que eran enviados a la inmolación en una guerra perdida de antemano. Carne de cañón.

Trampa mortal

Los reportajes de Juan José Fernández y  Elisenda Colell en este diario sobre la trampa mortal de los geriátricos producen horror, angustia y rabia. Miles de ancianos condenados a una muerte en soledad porque el sistema arrincona de cualquier modo los cuerpos gastados que ya no le resultan productivos o rentables.

Es inaplazable una reforma integral del <strong>modelo de atención socio-sanitaria a los ancianos</strong>. Pero antes de hacer planes hay que hacer memoria. La crisis financiera del 2007 también dejó un océano de devastación y muerte. Hasta Sarkozy invocó entonces una "refundación [social, ética] del capitalismo". Hoy solo queda el eco de las carcajadas.