Análisis
La batalla europea
No hay que simplificar, no es solo solidaridad. Si el sur se hunde ¿a quién venderá coches y electrodomésticos Alemania?
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
Empezamos a retomar la calle atemorizados por la gravísima crisis económica que se anuncia. Y, al igual que en la lucha contra el virus, el retorno a la normalidad pasa por el acierto de los poderes públicos.
Solo ellos disponen de instrumentos para evitar la parálisis productiva y la quiebra del Estado de bienestar. El margen de actuación de los países más golpeados por el virus se ve muy limitado de no alcanzar un acuerdo con sus socios europeos, con quienes se comparte una misma moneda. Y, por el momento, lo que emergen son viejas fracturas norte-sur.
Los primeros, liderados por Holanda, defienden la individualidad de cada estado; los meridionales, capitaneados por España e Italia, demandan una respuesta conjunta a la crisis.
El jueves pasado, vivimos un nuevo episodio de la durísima batalla que se viene lidiando en el Consejo Europeo. Una reunión agridulce, con diferencias que parecen insalvables, pero también con atisbos de esperanza, al no rechazarse de entrada la propuesta española. Unas consideraciones. Primero, la cuantía debe resultar suficiente. La cifra de 1,5 billones de euros, propuesta por Pedro Sánchez, parece que contó con una aceptación generalizada y, de no surgir imprevistos, debería ser suficiente para recuperarse. A su vez, la formulación del programa de reconstrucción debe representar un avance en el proyecto europeo. Gran divergencia. Mientras el sur pretende una respuesta mancomunada, el norte defiende que cada país se responsabilice de su destino.
El programa no debe situar en un callejón sin salida a los más débiles. Por ello, el sur defiende que debe instrumentarse en forma de ayudas directas, soportadas en algún tipo de deuda, y no de préstamos. La segunda opción llevaría a España, Italia y, en buena medida, a Francia a unos niveles de deuda y de diferencial de primas de riesgo insostenibles.
Sea cual sea la fórmula final, la ingente aportación de dinero público para salvar familias y empresas, no debe servir solo para volver a ayer como si nada hubiera pasado. Ese mayor esfuerzo colectivo debe ir acompañado de una racionalización en la administración, compatible con un reconocimiento del servidor público, y de una mayor orientación de las empresas a los intereses generales, abordando el desequilibrio en salarios y en remuneración del capital versus trabajo.
Para no alterarnos más de la cuenta, conviene no simplificar lo que sucede en Bruselas como buenos contra malos. Las cosas se ven distintas desde norte y sur y, en consecuencia, las expectativas acerca de la Unión, también. ¿Cómo ponernos de acuerdo? Más allá de la solidaridad y entendiendo que los intereses a largo plazo coinciden. Con una crisis que golpeará muy duramente a todos, incluido el norte, si el sur se hunde, ¿a quién venderá coches y electrodomésticos Alemania?
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