Madurar o no

Virus, juego y el eterno Peter Pan

Jugar, con sensatez y civismo, como remedio para sobrellevar el confinamiento

Un rio de niños  en el jardín del Túria de Valencia, por desconfinamiento

Un rio de niños en el jardín del Túria de Valencia, por desconfinamiento / periodico

Jordi Serrallonga

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¿Qué he hecho durante el confinamiento? ¿Ordenar o reciclar juguetes? Parece que haya transcurrido una eternidad; los vimos desfilar el 26 de Diciembre y el 6 de Enero: coches teledirigidos, muñecos, balones, bicicletas, etc.

¿Acaso no estuvimos tentados de arrebatarle los mandos a la niña del dron con forma de Halcón Milenario? Imposible. El maldito padre, con la excusa de «déjame, ya te enseño», se había adelantado y pilotaba torpemente la nave. Aquel adulto egoísta disfrutaba como un niño. Y fueron también seres 'adultos' los que, el pasado domingo -con el pistoletazo de salida para que la prole pueda escapar de casa y jugar un poco-, les arrebataron el mando a los peques. De forma imprudente colonizaron avenidas y paseos, olvidando que jugar implica aceptar las reglas de convivencia; el egoísmo de algunos -además de extender el virus- podría privar a la comunidad de algo tan básico como la actividad lúdica.

En el paso de la infancia a la madurez legal, ¿perdemos la ilusión por jugar? No. La carta a los Reyes Magos siempre acierta; con la excusa de que son para los renacuajos de casa, la magia trae trenes eléctricos o coches Scalextric. ¿Y quiénes juegan con ellos? Básicamente, los adultos. ¿Y las videoconsolas? Llegan al hogar mucho antes de que niñas y niños -más entretenidos con las cajas de cartón- sientan interés por competir en la FIFA virtual o sobrevivir a una aventura gráfica.

Aun así, continuamos jactándonos de que somos adultos serios y rectos (entonces, ¿qué pasó el domingo?). Sacamos pecho y hacemos ver que jugar es algo del pasado. En cambio, antes de la pandemia triunfaban los espacios para juegos de mesa y las actividades de 'escape room'; mientras que el 'paintball' es lo más parecido a cuando, de chavales, jugábamos a polis y a vaqueros. Lo vestimos todo bajo el disfraz de actividades de empresa (liderazgo y cohesión de grupo), fiestas de cumpleaños o socializar. ¿No sería más fácil admitir que nos gusta jugar? Jugar es fundamental para el aprendizaje. Interactuar de forma lúdica con objetos, e individuos, brinda información crucial para el desarrollo humano, y el de otros muchos seres vivos.

De expedición científica por las Galápagos, un pequeño león marino saltó a la popa de la lancha y dejó caer una estrella de mar. La devolví al océano con el ánimo de que sobreviviera y mi sorpresa fue que el otario desapareció para regresar con el equinodermo. Hice un nuevo lanzamiento y se repitió la misma historia. El mamífero jugaba conmigo. Igual ocurre con los gorilas de montaña del bosque de Bwindi. A pesar de mantenernos a distancia para evitar transmitirles enfermedades, los simios más traviesos se saltan el protocolo. Te pellizcan el brazo y salen corriendo. Quieren jugar a tocar y parar, hasta que se hartan de esperarte. Deben pensar: «¡qué humanos adultos más estirados y aburridos!».

Admito que he de contenerme... soy un niño/adulto. Me pirran los escaparates de las tiendas de juguetes retro. Florecen en los Encants Nous: figuras de Lego y Playmobil, o personajes de StarWars, Indiana Jones, Planeta de los Simios, Jurassic Park, Marvel y StarTrek con los que siempre soñé y sueño. Algunos de sus asiduos son coleccionistas (o se camuflan bajo dicha identidad), pero no me avergüenza admitir que contemplo los Madelman, Airgamboys o maquetas de barcos y aviones con los ojos de un niño feliz que sigue con ganas de jugar.

El fotógrafo Txema Salvans lleva décadas inmortalizando la conducta animal por las junglas de asfalto. Al comparar nuestras observaciones siempre llegamos a la misma conclusión: no somos la única especie Peter Pan. Las crías de macaco japonés y humanas se lanzan bolas de nieve, y los chimpancés de Tanzania se columpian por lianas y ramas; en paralelo, los primates adultos de todo el planeta también juegan. Lo único es que las convenciones sociales hacen que no lo digamos en alto.

Podemos seguir escondiendo el Peter Pan que llevamos dentro; pero, la importancia de experimentar y aprender es tan grande que, en la carrera por llegar a la madurez, es crucial que no privemos a ningún niño, niña o adulto del juego. Y el confinamiento por la covid-19 así lo hace evidente: miles de juegos 'online' circulan por las redes y hemos regresado a los juguetes. Peques y adultos juegan juntos porque es medicina para sobrellevar los horrores del coronavirus; pero, por favor, los mayores debemos hacer patente lo que aprendimos jugando... sensatez. Ahora les toca a niños y a niñas... ya habrá tiempo para los 'adultos'.

*Arqueólogo, naturalista y explorador; colaborador del Museu de Ciències Naturals de Barcelona.