Al contrataque
No volver a casa
Por primera vez la inmigración marroquí no puede elegir que su cuerpo regrese a su lugar de origen después de morir
Najat El Hachmi
Escritora
Najat El Hachmi
¿Te acuerdas del tío del chico con el que se casó la hija de fulanito? ¿La señora que conocimos en la boda de tal? ¿El padre de aquella amiga tuya? Pues todos han vuelto a casa pero no pueden volver a casa. Es lo que tiene compartir origen en una ciudad a miles de kilómetros del pueblo, que los mayores conocen a todo el mundo, sus historias particulares, sus suertes y desgracias y te hablan a ti, que hace tiempo que no vives ni en el pueblo de procedencia ni en la ciudad de destino,, como si fuera ayer. ¿Pero no te acuerdas? No, no recuerdo la mayoría de nombres, solamente a las personas con las que tuve una relación más intensa, pero poco a poco va llegando un goteo de muertos por este extraño mal y por primera vez muchos no pueden ser devueltos a la tierra en la que nacieron. En la lengua de mis padres (amazig, bereber) volver a casa es el eufemismo para morir pero en el caso de los inmigrantes la expresión se vuelve literal porque significa que los cuerpos son repatriados y enterrados en un cementerio cerca de donde crecieron.
A los hijos nos cuesta entender este deseo tan arraigado entre los que llegaron a mediados de los setenta, esos moros pioneros que empezaron a instalarse en España, los primeros en traerse a la familia por una rebelión silenciosa de las mujeres, hartas de esperarles 11 meses al año. Los que miramos a futuro creemos que tendríamos que ser enterrados donde hemos vivido la mayor parte de nuestras vidas pero este es un pensamiento propio de quienes, cuando acompañábamos a nuestra familias a los cementerios humildes del pueblo, apenas podríamos reconocer alguno de los nombres escritos en las lápidas.
Hay quien dice que uno es de donde le nacen los hijos, otros que de donde tiene enterrados los muertos. Por primera vez en la historia de la inmigración marroquí los muertos no pueden escoger y de nada les sirven ni los seguros de repatriación que han ido pagando religiosamente ni la eventual colecta entre los creyentes del oratorio. Son de aquí a su pesar porque aquí llevan tres cuartas partes de su vida y aquí los hijos podrán visitar sus tumbas, lo cual no quita el dolor de que les supone volver a casa sin volver a casa.
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