Segunda oportunidad

La hora de la responsabilidad

Aprendamos que cada persona es responsable no solo de cuidarse a sí misma sino a los demás, pensar en lo colectivo y no en lo individual

Colas en un supermercado de la calle de Pujades por el coronavirus

Colas en un supermercado de la calle de Pujades por el coronavirus / periodico

Ana Bernal-Triviño

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Se habla mucho de los actos de marzo, de la escasa previsión de medidas del Gobierno o de las comunidades, pero poco de lo que hizo cada persona antes del confinamiento. Aunque la vida no volverá a ser igual, tendremos una segunda oportunidad. Y es ahora cuando veremos hasta qué punto pensamos en el bien común.

Es la hora de la responsabilidad porque pocas personas cumplían con lo que la OMS o las autoridades sanitarias advirtieron: lavarse las manos, taparse al toser y distancia social. Quizá nuestra cadena de contagios también tiene que ver con ser poco escrupulosos, con no tomar en serio esas recomendaciones y en llamar exagerados a quienes lo recordábamos. Compañeros de trabajo sin lavarse las manos antes de comer, distancias de seguridad imposibles en un transporte público que ninguna comunidad autónoma controló, gente que estornudaba sin cubrirse como si fuese un campeonato por ver quién lo hacía más fuerte... Eso era el día a día. En pleno siglo XXI, somos una sociedad a la que han tenido que volver a explicar cómo se lavan las manos. Y a pesar de eso me he encontrado algún trabajador de cara al público negarse a llevar mascarilla porque “es molesta”, fotografías de zonas abiertas como si nada pasara o colas donde da igual la distancia de seguridad. Y si adviertes, cuidado, porque eres una “alarmista”. No hay que relajarse. Aprendamos que cada persona es responsable no solo de cuidarse a sí misma sino a los demás, pensar en lo colectivo y no en lo individual.

Periodismo contra la desinformación

La hora de la responsabilidad no solo pasará por estas medidas de salud públicas, sino también por la elección que hacemos en los medios y redes sociales. Informarse no es solo zamparse lo que suelta la televisión o el vídeo del primer listo que aparece en Whatsapp. Informarse de forma veraz es un derecho de la Constitución pero también una responsabilidad social. La desinformación solo cala en espacios de desconocimiento y cuando desconocemos desde cómo funciona nuestra democracia (algunos aplaudían un tuit de Ayuso donde mostraba que no sabía lo que era una proposición de ley) hasta las competencias de las administraciones, queda la sensación de que esa ignorancia es el caldo de cultivo del odio. Es precisa una militancia con el buen periodismo y eso significa preocuparse por quiénes nos informan. Decía Kapuściński que “el deber de un periodista es informar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro”. Es muy sencillo comprobar quién está para un fin y quién está para otro, quién construye y quién destruye. 

Y, por último, también es responsabilidad hacer un ejercicio de memoria. Aunque por supuesto que esta crisis me ha afectado, no puedo hablar como gran perjudicada por ahora, pero sí puedo hablar como víctima de la crisis del 2008. Aquello no fue una enfermedad inevitable, aquello fue una crisis alimentada por el sistema financiero, un modelo económico de especulación y corrupción completamente evitable. Yo sí viví aquello y no dejo de sentir un nudo en el estómago de lo que podía haber sido mi vida si hubiese tenido, por entonces, aunque solo fuera una de las ayudas que ahora hay.

Porque entonces yo hubiese tenido un erte en mi empresa y no un ere sin vuelta atrás. Porque entonces mi familia y yo hubiésemos estado tranquilos sabiendo que no podrían desahuciarnos. Nos hubiésemos ahorrado lágrimas y angustias y charlas en el banco y otras administraciones donde te humillaban y pasabas vergüenza. Yo misma estuve con la maleta para irme a México a trabajar porque aquí no tenía nada. Todo eso nadie me lo puede negar porque lo he vivido junto con la incertidumbre diaria, durante años, de si tendrás agua, luz o comida al día siguiente.

Quienes no pasaron por aquello serán los que ahora rechazan las ayudas sociales. Los responsables que nos dejaron con una mano delante y otra detrás están en pocas condiciones de dar lecciones. Sé que aún faltan muchas ayudas, y me produce rabia que quienes empezaban a levantar la cabeza estén nuevo en el hoyo. Así que vendrán días duros, sin duda, pero también días en los que debemos demostrar la responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, y en los que la madurez de una sociedad se demostrará por su dimensión cívica y parando los pies a quienes nos intenten tomar el pelo. La hora de la responsabilidad es también saber de dónde venimos para que no entremos en un juego de enfrentamientos que solo lleva a rompernos.