EL REGRESO DEL CAMPEONATO

El fútbol al vacío de las puertas cerradas

El fútbol, sin fútbol en sus estadios, es un juego vacío

El fútbol, sin fútbol en sus estadios, es un juego vacío / periodico

Antonio Bigatá

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Nos están empujando para que aceptemos el fútbol con las gradas desiertas. Sería la fórmula para que la TV y los clubs pierdan menos dinero en esta temporada  interrumpida. Nos presionan hacia eso. Algunos reconocen que sería un mal pero menor. Otros, más metidos en el negocio, llegan a sostener incluso  --sin que les caiga la cara de vergüenza-- que el fútbol es exactamente igual con o sin público.

Por supuesto que me parecería bien que nadie perdiese dinero o padeciese un lucro cesante, pero ya he explicado varias veces que, desde el  punto de vista de la equidad deportiva, no hay nada que objetar a las eliminatorias o finales a partido único en campo neutral y a puerta cerrada. Eso no rompe la igualdad de condiciones para dos adversarios. Pero no pasa lo mismo en competiciones en marcha, que ya han tenido partidos de ida con los equipos protegidos/estimulados por su afición y que, ahora, se pretende que vayan al campo contrario donde el adversario carecerá  de un apoyo similar. ¿Dónde queda aquello de que el seguidor o el público son el jugador nº 12 de un club, o del llamado 'factor campo', o del valor doble de los goles fuera de casa en determinadas ocasiones?

Solo es fútbol al vacío

Muchos de los enamorados del fútbol sabemos por experiencia propia que el público no tenía ninguna importancia cuando lo jugábamos como deporte y diversión amateur. Pero lo que estamos debatiendo ahora no tiene nada que ver con aquello. Si se suman 22 jugadores, dos entrenadores, un árbitro, dos líniers y unas cuantas cámaras de televisión no sale un partido de fútbol moderno. Ni siquiera si a eso se le suma la confortabilidad de casa, una cerveza, un pedazo de pizza, un butacón y un apoyo para los pies. Sin público en la grada, todo es otra cosa, es fútbol al vacío.

El público es indispensable, la TV no, aunque sea muy conveniente y proporcione ventajas al juego en sí. Me refiero a que es un factor de moderación contra los futbolistas antideportivos y violentos, y  un elemento favorecedor de la justicia frente al despotismo de algunos árbitros. Pero la ventaja de la TV es, por encima de todo, que se trata de una gran herramienta para la democratización del espectáculo, su difusión y su coronación como entretenimiento planetario y pasión global. Pero para decirlo todo, hay que añadir que, por el contrario, la retransmisión televisada también ha empujado al fútbol hacia el capitalismo más salvaje, a una creciente desigualdad entre su nivel ricos y las estructuras pobres.

Aquellos 11 mercenarios

El dinero multimillonario de las retransmisiones ha radicalizado el imperio de la ley del más fuerte, el hecho de que los clubs poderosos aumenten hasta el infinito su superioridad sobre los débiles, comprándoles continuamente sus mejores jugadores por mucho dinero que haga falta. Esa espiral prácticamente ha matado --con pocas excepciones-- la ilusión de querer ganar las grandes competiciones con unos chicos propios de la casa o con jugadores identificados desde niños con unos colores determinados. Hoy es perfectamente imaginable que 11 mercenarios, por el sólo hecho de cambiar de camiseta, sean amados por quienes les odiaban.

Todo esto viene a cuento de que no hay que anteponer porque sí la TV al fútbol, el negocio al buen espectáculo con equidad deportiva, o a que dejemos que prospere la patraña de que la gente de la grada no forma parte del meollo que tanto amamos. El coronavirus puede matarnos, pero no debemos consentir que a los supervivientes nos vuelva locos respecto a nuestros principios y a nuestros amores.