Carrera hacia la Casa Blanca

¿Dónde está Joe Biden?

Biden necesita articular un discurso que genere confianza para la recuperación económica ante un Trump que se mueve bien en el caos que él mismo genera

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Ramón Lobo

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Joe Biden tiene dificultades para hacerse oír en medio del fango en el que se mueve la política de EEUU. No da con la tecla adecuada para tener presencia mediática. Su discurso de toda la vida ha quedado hecho añicos. Carece de plan para un mundo pospandémico. Delante tiene un personaje que se mueve bien en el caos que provoca, que no respeta ninguna regla, sea de ajedrez, póker o de sentido común, que recomienda bulos para curar el coronavirus. Donald Trump se siente intocable hasta que hablen las urnas en noviembre.

El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, le ha robado el centro del escenario. Mantiene el equilibrio entre defender a sus ciudadanos en el Estado con más muertos y desbaratar las tácticas de distracción de la Casa Blanca. Es un ejemplo de comunicación política en tiempos de crisis. Es mejor que Biden, pero ya es tarde para hacer cambios en mitad de la carrera.   

El peligro para Trump se llama economía. No le preocupan los pobres porque no votan. Lo que le inquieta son las grandes cifras, el PIB y las bolsas, porque ayudan a construir la percepción de las cosas, el relato que le permitirá vender que todo va bien, sea verdad o no. La semana finaliza con otros 4,4 millones de parados. Ya suman 26,5 millones desde el 15 de marzo. Es un problema relativo porque estamos en abril, no en noviembre.

El presidente está desesperado por revertir la tendencia. Por eso fomenta rebeliones contra el confinamiento en los estados con gobernadores demócratas. Quiere reabrir el país y que todo vuelva a funcionar como antes o, al menos, que parezca que vuelve a funcionar. La economía estadounidense es dinámica, destruye y crea empleo en condiciones normales. Sus urgencias no cuadran con el discurso encarnado por el epidemiólogo en jefe Anthony Fauci, diana de los ultraconservadores. Acaba de decir que habrá segunda oleada en otoño. La duda es si será peor, como sucedió en 1918.

El lastre del aspirante

Biden necesitará algo más que un escenario catastrófico para ser presidente, debe enamorar, generar una movilización en favor de la reconstrucción de la economía, de la salud y la ética. No contará con su principal virtud: la cercanía, su capacidad de convencer en la corta distancia. Será una campaña con mascarilla y sin apretones de manos. El candidato demócrata pertenece a una élite patricia de Washington D.C. que está desde hace cuatro años en el centro de las diatribas de Trump. Es un poco como Hillary Clinton, pero con menos enemigos. Provoca menos odio porque parece más insustancial.

A Trump solo le puede derrotar el mismo Trump. Los muertos cuentan menos que los parados porque el presidente dispone de resortes y amigos en los medios conservadores para esparcir las culpas: China, la OMS, Obama, los gobernadores. Sus votantes no son solo los cretinos que gritan “la distancia social es comunismo”, son gente normal que por alguna razón le perdonan todo. Biden da por descontado que no podrá atraer a ninguno. Es un error.

El que fuera vicepresidente con Obama necesita rodearse de un equipo fuerte con un discurso positivo, creíble y eficaz para un mundo que no sabemos cómo va a ser. La elección de su candidata a la vicepresidencia resulta esencial. Podría inclinar la balanza a su favor. Tiene que ser conocida y presidenciable porque Biden tiene 78 años, una edad de riesgo en estos momentos.

Generar confianza

Debería elegir a alguien con un buen lenguaje corporal, empática y que genere confianza en la tarea de reconstruir el país. Necesita personas que atraigan a los jóvenes, su talón de Aquiles. Precisa de la implicación del ala izquierda del partido. Alexandria Ocasio-Cortez ha anunciado que votará por él. Es un gran paso, pero insuficiente, debe ser un apoyo movilizador. Necesita a Elisabeth Warren y a Sanders. Biden está obligado a proyectar unidad para arrebatar a Trump la bandera del America first y dotarla de humanidad.

Además de orquesta, necesitará un discurso que aún no tiene. Ha logrado el apoyo de Jay Inslee, gobernador del Estado de Washington, una de las voces más medioambientalistas del partido. Debería explicar que frenar la catástrofe climática representa una oportunidad de negocio que puede generar millones de puestos de trabajo. El inconveniente es que en el botón de arranque están las empresas contaminantes y los tiburones de Wall Street, los que acamparon a sus anchas por la globalización con si fueran los hunos con corbata. Para ganar a Trump debe producir mensajes simples sobre problemas complejos en un mundo que dejó de creer en la verdad.