Análisis

Bulos, bolas y bolos

La oposición descabezada y crispante no solo pone en cuestión la actuación del Gobierno central, sino que pone en cuarentena la democracia

Pablo Casado se dispone a tomar la palabra en el pleno del Congreso del pasado 9 de abril

Pablo Casado se dispone a tomar la palabra en el pleno del Congreso del pasado 9 de abril / periodico

Javier Aroca

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Se discuten en estos tiempos de calamidad los modelos de Estado: centralismo, en Francia; federalismo, en Alemania -en EEUU pocos lo cuestionarán-. En España, el modelo descentralizador sufre el mismo escrutinio. Es viejo, pero ahora, aflora. Ilustres despechados jacobinos como Alfonso Guerra ya han aprovechado la ocasión.

En realidad no se trata de modelo sino de cultura política; en casos como el español, de lealtad institucional, cultura federal y, previo a todo, de confianza. Se nota, no obstante, que en la prevista centralidad del estado de alarma el Gobierno central no está engrasado, como tampoco los gobiernos autónomos, en algunos casos, leales, en otro, filibusteros, y hasta, en alguno singular, delirantemente disparatado.

Pero, por debajo de la fluidez del modelo de Estado, está la gordura de los viejos hábitos que salen a la superficie como en el puchero la espuma -espumarajo, diría- cuando la olla bulle. Se llaman a sí mismos patriotas, constitucionalistas y hasta hombres de Estado pero en realidad, su conducta, muy manifiestamente la de la oposición derechista/ultraderechista, lo que está poniendo a cuestión no es solo la actuación del Gobierno central, criticable, faltaría más, y fiscalizable, qué menos en un sistema parlamentario.

Es la democracia la que la oposición descabezada y crispante está poniendo en cuarentena. Nos ponen a prueba a todos, deslegitiman, afloran las relaciones profundas del poder en España -lo que Norberto Bobbio llamó el criptogobierno-, crujen los cimientos de la democracia y el prestigio de las instituciones.

En deslealtad, el papel de la oposición en la UE es palmario; en desprestigio, un desafortunado CGPJ ha dado, otra vez, la nota, como el ministro Marlaska en su torpe comunicación en la lucha contra los bulos. Los bulos, esa manifestación de terrorismo mediático que es lo contrario de la libertad de expresión y su agente más corrosivo.

De ese desprestigio de las instituciones no se libra tampoco una cierta clase de periodismo, y en esto no se puede barrer para casa y, menos, hacia debajo de la alfombra.

A la pandemia sanitaria acompaña la pandemia de la extrema derecha, cuya expresión material son los bulos, utilizados con éxito en EEUU en estos tiempos de trumpismo y extendidos, sin mascarilla ni distanciamiento social que los pare.

Y con los bulos -curioso que venga de caló, donde 'bul' es culo- vienen las bolas, las mentiras, también como herramientas corrosivas de la democracia. Era la oportunidad que la internacional de la extrema derecha esperaba para expandirse desde EEUU y bien que la están aprovechando, con complicidades que no entienden de lealtad y sí de servicios ajenos a la democracia y no a la res pública.

En bolas, triunfa la intervención del líder de la derecha mayor, en escaños, Pablo Casado. La exhibición de un documento de notoriedad, falso, en sede parlamentaria es la mentira elevada a institucional, incompatible con un parlamentarismo leal aunque crítico.

Y al final, los bolos. En pareja o en grupo. La compañía titiritera liderada por Vargas Llosa promete -y les prometen-; espero que también se atrevan a predicar democracia en EEUU delante de Donald Trump.