Encierro en casa

De uno en uno

Se nos olvida a veces que el castigo más duro dentro de una prisión es el del confinamiento en solitario

manos, anciano

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Mar Calpena

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Se ha hablado, escrito y debatido mucho estos días del confinamiento familiar. De las dificultades de conciliar vida laboral -quien la tenga- con la familia, y con la menguada intimidad en los hogares en los que conviven varias personas. Pero tanto desde el punto de vista emocional como el de la normativa se ha olvidado a las personas que llevan más de 40 días solas. No es una cuestión de comparar dolores, porque cada casa -nunca tanto como ahora- es un mundo, pero se nos olvida a veces que el castigo más duro dentro de una prisión es el del confinamiento en solitario. 

Unos<strong> </strong>4,7 millones de españoles no comparten vivienda con nadie, y solo en Barcelona 90.000 de estos son personas de avanzada edad. Mi peor temor, los primeros días, hasta que no establecimos unos mecanismos, era por mis familiares mayores que viven solos, un grupo para los que, por cierto, no hay casi facilidades adicionales de cara a gestiones, salidas médicas, más allá de algún horario restringido en supermercados, la cesta de la compra que el Ayuntamiento repartirá en 20.000 hogares y alguna cosilla más. Pero no sé si se ha tenido más en cuenta a los niños que a este colectivo invisible.

Y el resto tenemos también que gestionar una soledad ahora obligatoria. Sonará absurdo, pero pasé días pensando en quién cuidaría de mi gata de ponerme yo enferma, o si eso obligaría a salir a la calle a la gente que quiero. Hasta el 'single' mejor ajustado económica y mentalmente posiblemente haya vivido algo parecido, aunque el dichoso algoritmo de las redes sociales nos recomiende cada noche futiles 'apps' de ligoteo. Todos nuestros afectos, por mucha videollamada que medie, son ahora platónicos. Uno puede tener la vida interior de un Leonard Cohen en un retiro zen, pero el movimiento y el tacto, ahora restringidos, marcan a nuestra especie. ¡Si lo saben hasta los primates, que despiojan entre sí para reafirmar el grupo! “Ningún hombre es una isla”, escribió el poeta John Donne. Y los istmos de los que vivimos la marea alta en soledad necesitan también refuerzo.