Opinión | Editorial

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Un Sant Jordi sin calle

La poderosa influencia del 23 de abril en el imaginario colectivo hace que, a pesar de todo, la fiesta se celebre con propuestas imaginativas

La Rambla de Barcelona, totalmente vacía, en la víspera del Sant Jordi 2020

La Rambla de Barcelona, totalmente vacía, en la víspera del Sant Jordi 2020 / periodico

Estamos ante el Sant Jordi más atípico de la historia. La esencia de la fiesta cívica del libro y la rosa es la ocupación pacífica de una calle que en este 2020 estará desierta. No habrá posibilidad de detenerse ante una parada de novedades o de hacer cola para que los autores firmen ejemplares. 

La Cambra del Llibre y los gremios de libreros y floristas han acordado trasladar al 23 de julio la celebración popular, pero aun está por ver si será posible que las autoridades sanitarias permitan concentraciones de este tipo. Aun así, la poderosa influencia del 23 de abril en el imaginario colectivo provoca que también hoy, a pesar de todo, la fiesta se celebre. De otra manera, con iniciativas imaginativas a través de las redes sociales o con otras tan singulares como la que ha propuesto el Gremi de Llibreters, una lectura colectiva desde ventanas y balcones.

Ante esta circunstancia anómala, ante la perspectiva de una crisis de proporciones gigantescas, los distintos agentes implicados en el mundo de la edición han optado también por diversas campañas que hacen hincapié en la necesidad de no abandonar la tradición de este día y, por supuesto, de seguir adquiriendo los libros en las librerías de proximidad, más allá de la tentación de la grandes plataformas. Los datos son apabullantes. Se calcula que la facturación ha caído en un 90% en el último mes, justo cuando se concentra anualmente el mayor volumen de ventas en un sector que cifra buena parte de su beneficio en esta semana de Sant Jordi. Además, si hacemos caso de las encuestas que se han hecho públicas estos días, solo 3 de cada 10 catalanes afirman que comprarán libros y, de estos, más del 60% lo harán a través de Amazon o de otras centrales de compra. Cabe recordar, en este sentido, que los tribunales franceses han prohibido recientemente que esta plataforma pueda suministrar libros u otros productos que no sean de primera necesidad. En cuanto a las rosas, con una dinámica distinta, de producto perecedero, desde el Gremi de Floristes ofrecen servicios a domicilio que se presentan más como «una conexión emocional» que como un negocio. Calculan que las ventas rondarán por debajo del 5% de un Sant Jordi normal.

El reto, pues, es muy elevado. Una de les primeras propuestas en lo referente a libros llegó desde instancias oficiales y fue la causante de una polémica que aun está sobre la mesa. «Per Sant Jordi ens els portaran a casa», se prometía en un mensaje de la ‘conselleria’ que después fue rebatido por la portavoz del Govern. Algunos libreros consideraron que era más adecuada la solución de encargar los libros, pagarlos y esperar a que se acabara el cierre de establecimientos a raíz del confinamiento para recogerlos. Después, se han sucedido otras. Desde editoriales independientes que optan por vender directamente con un porcentaje de ventas para la librería escogida, a otros sellos, también pequeños, que se adhieren a plataformas ya existentes y proponen que sea el lector quien decida el sistema de compra idóneo en tiempos de epidemia. Más allá, librerías y cooperativas que solo aceptan encargos diferidos en el tiempo «por responsabilidad con la comunidad».

El futuro del sector está en juego. Por muchas voluntades agrupadas y buenas intenciones que existan, más allá de este 23 de abril se abre un futuro muy complicado. Pero no solamente para el libro sino también para el conjunto de las actividades culturales, desde la música al teatro, las artes plásticas, los festivales, galerías o museos. La cultura implica conexión y comunicación, un contacto humano que ahora está en cuarentena. Serán necesarias acciones más contundentes de las anunciadas para hacer frente a una situación muy crítica, con pérdidas de ingresos y empleos, tanto directos como secundarios. Un plan cultural de choque se vislumbra como absolutamente imprescindible.