El coste del confinamiento

De la resignación estoica a la exigencia draconiana

Estamos aceptando este confinamiento no por un incremento de la conciencia social, sino por el temor a infectarnos. Pero en la medida que ese pánico mengüe nos vamos a encontrar con la cruda realidad: un drama económico

La calle de la Marina de Barcelona, prácticamente desierta y con la Sagrada Família al fondo, el pasado 29 de marzo

La calle de la Marina de Barcelona, prácticamente desierta y con la Sagrada Família al fondo, el pasado 29 de marzo / periodico

Sergi Sol

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Enhorabuena si finalmente los niños pueden salir a dar un paseo con los padres. Un pequeño paso para empezar a recuperar la normalidad. Ese, y no otro, debe ser el objetivo. Salir cuanto antes de este confinamiento -gradualmente, por supuesto- es imprescindible, que la zozobra no nos lleve a engaño. Cada día de confinamiento ahonda la brecha económica.

Lo que hoy es resignación estoica ante el miedo a morir (para siete semanas ya sin salir de casa) va a mutar en exigencia draconiana tan pronto podamos rehacer nuestras vidas. Y eso pese a la opinión que expresan los catalanes, según la encuesta de TV-3 y Catalunya Ràdio, reacios en su mayoría a paliar el confinamiento.

Si se prolonga más allá de lo razonable el costo social va a ser enorme. Es complejo determinar en qué momento el remedio (confinamiento) es peor que la enfermedad (coronavirus). Pero el miedo, legítimo por supuesto, a padecer el coronavirus no puede ni debe ser el que determine cómo salir de esta crisis. Sin olvidar que, según todos los científicos, el coronavirus ha llegado para quedarse.

Estamos aceptando espartanamente este confinamiento no por un incremento de la conciencia social, sino por el temor a infectarnos, a morir. Pero en la medida que ese pánico mengüe nos vamos a encontrar de repente con la cruda realidad: un drama económico. Y, por tanto, social, de gravísimas consecuencias. Y ahí las gentes no van a ser tan indulgentes.

El Gobierno español ha cometido algunos errores mayúsculos. Y, aunque no es el único, sí le son reprochables en mayor medida, a partir del momento en que decidió afrontar la crisis recentralizando competencias en vez de optar por el modelo alemán de cooperación entre los 'länder' y el Estado federal.

Hay tiempo, aún, para acometer con determinación la que nos viene encima. Y en ese sentido no es menor que Pedro Sánchez se haya hecho eco de una reivindicación muy significativa. Se trata del anuncio de permitir a los ayuntamientos hacer uso del superávit para dar respuesta a la crisis que se avecina. Confieso que cuando oí a Gabriel Rufián hacer la propuesta en el Congreso pensé que el Gobierno no le escucharía. Rufián (sus presencias brillan ante las ausencias clamorosas de otros en el Congreso) insistió. Su perseverancia tuvo éxito.

Es una decisión de calado del Gobierno de PSOE-Podemos. Hasta la fecha, se impedía a las administraciones locales hacer uso de su superávit o remanentes positivos. Por dos motivos. El primero, para priorizar pagar la deuda con la banca. El segundo, centrifugar el déficit. El Estado cumplía la estrecha senda del déficit forzando a los ayuntamientos y comunidades autónomas a asumirla casi en solitario. No es menor lo que esto puede representar para los ayuntamientos saneados. Además de una oportunidad para acometer la crisis desde la cercanía, para apoyar a ese sector privado (asalariados y pymes), principales perjudicados, por ahora, de un confinamiento que amenaza la viabilidad del llamado Estado del bienestar.