La gestión de la pandemia

Dolor y gloria: el papel del Ministerio de Sanidad en la crisis del coronavirus

El departamento ha comunicado bien y con transparencia y se ha inspirado en muy buenos profesionales. Merece todo nuestro respeto, de ahí lo incomprensible de algunas críticas injustas

El ministro de sanidad, Salvador Illa, durante la rueda de prensa de Moncloa.

El ministro de sanidad, Salvador Illa, durante la rueda de prensa de Moncloa. / periodico

Raimon Belenes

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Uno de los temas más polémicos en el debate público sobre la gestión de la pandemia del covid-19 es el papel jugado por el Ministerio de Sanidad, su respuesta y gestión ante la terrible pandemia que nos ha tocado vivir.

Un poco de historia. Tras la transferencia en el año 2002 de todos los servicios del Insalud a las comunidades autónomas, el Ministerio de Sanidad experimentó una pérdida obvia de competencias, de tal forma que se llegó a considerar como un 'cascarón vacío'. Para agravar las cosas, el ministerio ha servido demasiadas veces como refugio para políticos cuya vida media en esa institución no ha superado, de promedio, los dos años (en 40 años España ha tenido 23 ministros de Sanidad; el de mayor duración en el cargo lo fue cinco años y el de menor, tres meses: muy al estilo italiano). Aterrizar en el ministerio, enterarse un poco de su estructura y competencias, lanzar alguna iniciativa mas o menos vistosa y poco más. Y llega un nuevo ministro.

No es pues extraño que periódicamente aparezcan voces pidiendo su desaparición o incluso transformación en una Subsecretaría de Estado asignada a otro ministerio (no importa cual). A veces esas propuestas aniquiladoras han procedido de algunas comunidades autónomas (y no solo de las gobernadas por partidos nacionalistas) deseosas de quitarse de encima un engorro aparentemente amenazante para el ejercicio de sus plenas competencias. Otras veces las propuestas han surgido de los enemigos habituales del sector público, que buscan ineficiencias en la gestión, costes superfluos (que los hay) y soluciones drásticas. Pero también la desaparición ha sido propuesta por algunas voces progresistas, desafortunadamente mal informadas.

Pérdida de prestigio

El resultado de todo ello ha sido una pauperización del ministerio, una pérdida de prestigio y de sentido de utilidad y, probablemente, una laminación de sus capacidades esenciales. Y eso es lo que tenemos hoy.

La dinámica de funcionamiento del Consejo Interterritorial, teóricamente órgano 'federalizador' de nuestra sanidad, tampoco ha escapado a ese desvalimiento ya crónico. Se han vivido situaciones bochornosas con consejeros de Sanidad abandonando reuniones en función de intereses partidistas o incapaces de alcanzar un mínimo consenso en temas tan básicos como acordar un calendario vacunal común a todo el Estado.

Sin embargo, el Ministerio de Sanidad retiene competencias estratégicas muy importantes en áreas como la salud pública (con una ley general de salud pública hibernada por falta de desarrollo desde el 2011), la planificación de recursos humanos del Sistema Nacional de Salud (vital en un escenario de profunda transformación de las profesiones sanitarias), farmacia (autorización y fijación de precios de fármacos), la recopilación y tratamiento de datos sanitarios (España tiene muy buenas series de datos de gran utilidad para la planificación), entre otras competencias. Y, por descontado, la coordinación efectiva del SNS con el Consejo Interterritorial. ¡Nada más ni nada menos!

En el escenario actual, marcado por una marginación política progresiva, pérdida de recursos y poca historia de liderazgo, el equipo actual del ministerio ha tenido que afrontar la peor crisis de salud pública en los últimos 100 años. Y en mi opinión lo ha hecho razonablemente bien. Desde el principio de la crisis ha comunicado bien y con transparencia, se ha inspirado en muy buenos profesionales que todavía trabajan en el ministerio, auxiliados por buenos expertos ajenos (España tiene unos profesionales de salud pública y epidemiología excelentes. También se han seguido las recomendaciones de la OMS y se ha adelantado a proponer medidas más drásticas y con más anticipación que otros países vecinos. Y todo gracias a la dedicación abnegada de un grupo de funcionarios y profesionales de dentro y fuera del ministerio que deben merecer todo nuestro respeto y admiración (de ahí lo incomprensible de algunas críticas injustas y extemporáneas lanzadas por sectores muy minoritarios de la comunidad científica). Desde luego habrá tiempo para la revisión y la crítica tanto técnica como política; deberá tener consecuencias operativas porque es muy posible que debamos afrontar otras crisis similares. Hoy por hoy lo vital es gestionar bien la crisis pandémica. Pero, una vez pasada la emergencia, resultará urgente analizar qué estructura y qué recursos necesita el Ministerio de Sanidad en el siglo XXI, con nuevos retos, amenazas y objetivos y prioridades diferentes a las de hace 20 años. Probablemente el refuerzo de algunas áreas muy selectivas (epidemiología, análisis de datos, logística, etcétera) con unas decenas de técnicos muy cualificados. Y es de esperar que esos posibles incrementos de recursos no se vean obstaculizados por los celosos guardianes del gasto público.

Ese fortalecimiento del ministerio debe simultanearse con una nueva dignificación de su papel estratégico, de la puesta en valor de liderazgo y de un nuevo impulso al funcionamiento apartidista y eficaz del Consejo Interterritorial, lo cual no debe ser visto como una amenaza por parte de las comunidades autónomas.

Esas son las dos tareas que deberá afrontar el ministerio. Hoy la gestión exitosa urgente de la pandemia con la colaboración leal de las comunidades autónomas y de la comunidad científica. Mañana, poner las bases para que estemos mejor preparados ante una nueva crisis sanitaria, muy probable. Si se logran ambos objetivos este equipo ministerial pasara a la historia con honor.