Insolidaridad y rentabilización

Los virus que vendrán

Ha habido solo dos actores que han jugado a rentabilizar políticamente: la derecha y la ultraderecha estatal, y también la parte más identitaria del nacionalismo catalán

La ginecóloga Silvana Bonino muestra una foto con la pintada amenazante que le pintaron en su coche.

La ginecóloga Silvana Bonino muestra una foto con la pintada amenazante que le pintaron en su coche. / periodico

Paola Lo Cascio

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El momento está lleno de incertidumbres: parece que con dificultades enormes y un precio en vidas dramático, se haya podido parar un poco al menos el primer embate de esta pandemia de coronavirus que tantas y tantas cosas está removiendo, a todos los niveles. Probablemente -como indican los científicos más propensos a dudar o a reconocer que es más lo que desconocemos que lo que sabemos, y por lo tanto los más fiables-, hasta que no haya una vacuna y que esta no sea disponible para todas, tendremos que acostumbrarnos a vivir con el virus, extremando precauciones y tratando por todos los medios a nuestro alcance que su impacto sea lo menos dañino posible. Tendrán que empeñarse en ello todas las instituciones -planificando con tiempo, aprendiendo de los errores y perseverando en los aciertos-, toda la comunidad científica -intentando acelerar al máximo las investigaciones, construyendo colaboraciones, compartiendo informaciones- y también la ciudadanía, llamada no solo a respectar las indicaciones sino también desarrollando con sus comportamientos un compromiso fuerte con la salud de la colectividad.

Y, sin embargo, el covid-19 no parece ser el único virus al cual tendremos que enfrentarnos. Cuando los efectos tremendos de la crisis económica que se avecina se harán evidentes tendremos que combatir el virus de la insolidaridad, ya que aparecerá. Preparémonos: habrá algunos que ahora salen cada tarde a las ocho de la tarde a aplaudir a los profesionales de la sanidad que después regatearán sobre los recursos que eran, son, y serán necesarios para que el sistema que nos cuida a todas se pueda financiar adecuadamente, así como para sostener el empleo y las condiciones materiales de amplios sectores de la población. Solo se podrá hacer a través de una imposición fiscal más alta para los que más tienen. Ciertamente que se necesitarán recursos de la Unión Europea, ciertamente tendrán que contribuir más las grandes empresas. Pero también tendrá que cooperar aquella parte de población que demasiadas veces ha sido confundida en la nebulosa de la llamada 'clase media'. Y si no, recordemos el delirante debate que hubo ahora hace pocos meses cuando se planteó aquí en Catalunya una reforma fiscal para gravar las rendas de más de 90.000 euros.

También aquí en Catalunya se tendrá que confrontar el virus de la atribución de la responsabilidad a otros. En la gestión de esta primera fase de la crisis hubo errores, retrasos, incertidumbres, equivocaciones de planteamientos, seguramente en todos los niveles institucionales, y algunos han sido criticados en formas asumibles en una situación de tamaña dificultad. Hubo solo dos actores que han jugado a rentabilizar políticamente: la derecha y la ultraderecha estatal, y también la parte más identitaria del nacionalismo catalán, que ostenta responsabilidades importantes en el gobierno de la Generalitat y que ha hilado un ruidoso relato de perfección de su actuación, del todo fantasioso. Fantasioso porque siempre la perfección atañía a competencias de las que no se dispone, mientras que errores graves hubo en los campos en que sí se disponía de competencias. Con una agravante decisiva: algunos -en las redes de manera preocupante, pero amparados por guiños de representantes institucionales-, quisieron conjugar el relato en términos nacionales. Esto es: atribuir errores al otro no porque sea contrincante político, sino simplemente porque no es de los tuyos, y además no puede serlo.

El riesgo de este discurso es que siempre es atractivo dar la culpa a quien se considera diferente. En época de miedos puede aparecer reconfortante. Y letal para cualquier sociedad. Contra este virus no hay mascarillas, tan solo un compromiso fuerte de la ciudadanía en rechazar cualquier planteamiento semejante.